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sábado, 4 de agosto de 2007

Educación para la ciudadanía española

La forma en que un gobierno trata determinados temas, es sintomática del respeto que le merecen los ciudadanos que gobierna. Los gobiernos del PSOE de Rodríguez Zapatero, se han caracterizado por una ausencia total de talante democrático, y actuar con absoluta falta de “finezza” política, cuando se ha ocupado de legislar.

A los funambulismos pacifistas con que ha lastrado el futuro de los españoles el presidente Rodríguez Zapatero, se suman otros alardes de grandeza política, como la regulación legal de los matrimonios homosexuales, de los movimientos migratorios, de los cambios profundos en los hábitos de los españoles (alimentación, salud), en el tema de la vivienda (los micropisos), o del agua.
Independientemente del acuerdo que se pueda presentar con estas “medidas”, que con la excepción del “pacifismo hostilizante” (aquel que se ejerce por narices, contra la voluntad de medio país), sin duda pueden considerarse indispensables en una sociedad avanzada, lo que no se puede asumir de ninguna manera es la forma recursiva de imponerlas por decreto, como en los tiempos de Franco.

Un acuerdo no escrito a lo largo de la transición democrática en este país pero aceptado por casi todos, era el de que en determinados temas resulta recomendable buscar el consenso con otras fuerzas políticas, sobretodo si afectan al conjunto de los españoles, y supone un cambio importante en la forma de desarrollar su vida. Lamentablemente, este principio implícito también ha sido rescindido por el proceloso Zapatero.

Adoctrinamiento a la carta

Tras muchos años de democracia, no se asistía en este país, con la excepción de algunos lugares concretos como el País Vasco y Cataluña, a un proceso de instrucción organizado sobre la educación como el que ha impuesto el gobierno del presidente más contestado que ha tenido este país en treinta años.

Como en determinados temas hay que definirse para establecer un discurso, quiero manifestar mi condición laica como punto de partida, para que no haya dudas de lo que argumentaré a continuación.

Soy laico, pero no participo de ningún laicismo organizado o desorganizado, porque considero que en el tema de creencias hay que respetar la vida privada de las personas. En este sentido, considero un exceso político la implantación de una enseñanza en valores y principios que responda a las necesidades históricas de un partido político determinado, el PSOE, de instruir a los ciudadanos en los valores que defiende su ideario particular, y hacerlo cuando los futuros ciudadanos no tienen aún un criterio formado para decidir lo que les conviene o apetece.

Evidentemente, eso es tan inadmisible para un liberal, como la instrucción religiosa o la patriótica. Eso es instrucción, más que educación, y si me apuran, adiestramiento interesado. Así no se transforma una sociedad, salvo que lo que se pretenda sea preparar cohortes sectarias para el futuro, como están haciendo los nacionalismos vasco, catalán y gallego desde hace años, con la anuencia de los sucesivos gobiernos españoles.

Laicidad "política": No al Estado instructor

Y gracias a una metedura de pata como la de hacer una asignatura de educación civil por decreto, lo que debería servirnos de orgulloso logro social, se convierte en una cacicada impertinente.

Y a pesar de que soy partidario de la instrucción en los valores del Estado, y en los principios que fundamentan la organización de la convivencia social de un país, no puedo asumir que esto se haga contra la racionalidad, la libertad, y la escasa armonía cívica que nos queda a los españoles.

Es necesario oponerse al adoctrinamiento colectivo, y especialmente, si se realiza sobre aquellos que están comenzando a adquirir los criterios éticos que guiarán su futuro. A lo largo de la Historia de nuestro país, se puede comprobar como los valores del Estado de turno, son unos valores "particulares", tanto como los de la religión de turno, o el sistema mitológico patriótico correspondiente.

Por la misma razón que me opongo a una instrucción religiosa exclusiva -católica en el caso español- desde mi laicidad, también considero que no se debe aceptar el adoctrinamiento de los más jóvenes, en el mismo sentido que se ha hecho con la exclusión del idioma español, en las comunidades donde gobiernan partidos nacionalistas con lenguas alternativas, que tienen como objetivo la sumisión a sus particularismos perceptivos de todos los que habitan sus respectivos territorios, hasta cotas impertinentes, contra la voluntad de muchos de sus gobernados. Es hora de que a los nacionalistas se les exija respeto a los valores comunes, aunque así dejen de beneficiarse políticamente.

Que numerosos valores de nuestra sociedad sean compartidos por la mayoría de los habitantes de este país, no quiere decir que haya exclusivamente una percepción exclusiva de los mismos. Por el mismo argumento que no se puede implantar una sola fe en un solo Dios, tampoco se puede aceptar una sola interpretación de los valores sociales y políticos. Para educar es necesario ofrecer alternativas, no cerrar la historia a gusto del gobernante de turno.

Puede que la democracia sea el menos malo de los sistemas de organización política, que la libertad no pueda ser absoluta e ilimitada, y que la solidaridad sea el no va más en la expansión del humanismo social. Sin embargo, no dejan de ser valores, unos más entre tantos, y no se puede hacer proselitismo de valores que no son únicos como si lo fueran, porque eso es una forma soterrada de totalitarismo.

¿Por qué no Educación para la Ciudadanía española?

Un último apunte, me llama la atención, que precisamente aquellos que defienden la Educación para la Ciudadanía, son los que habitualmente excusan dar su opinión sobre el significado de la Nación española, y precisamente, los que defienden el concepto de ciudadano como superación del concepto nacional. Es esa nebulosa de la nación de ciudadanos que no entiendo, ni he entendido nunca, porque en primer lugar denota una falta de conocimiento de la Historia de España lamentable.

España, insisto, es el único país que se hace al mismo tiempo Nación y Estado, de forma concurrente, por primera vez en la Constitución de 1812, y en la de 1979 se ratifica la en el artículo 1.1.2., prácticamente en los mismos términos.
Ser español, no es únicamente ser ciudadano nacido o acogido en España, en principio, a pesar de muchos, es algo más, y eso los nacionalistas y los socialistas nunca han querido entenderlo, y la Educación para la Ciudadanía, es precisamente la reificación de su propuesta.

Ser español no solo es compartir unos valores comunes con otros ciudadanos de otros países, sino participar de una cultura común, una lengua común, y una historia común, una percepción peculiar de la realidad, y un afrontamiento de las cosas de la vida que resulta compartido en los límites geográficos de nuestro país.

Hay un factor cultural, tal vez emocional, sentimental, irracional, en la condición de ser español al que no se llega con el término ciudadanía. Somos ciudadanos y somos españoles, y nos quieren hacer solo ciudadanos, como antes nos quisieron hacer católicos, o fascistas.

Hay numerosos motivos para negarse radicalmente a la imposición de la asignatura Educación para la Ciudadanía, la desidentificación cultural para los laicos, es tan importante como la desidentificación religiosa para los que se consideran católicos. Los socialistas se suman en esta ocasión, una vez más, a los nacionalistas para convertir a los españoles en ciudadanos idiotizados, con tal de no reconocer nuestra condición real. Somos españoles, ciudadanos españoles, no ciudadanos del mundo mundial.




Biante de Priena

La podredumbre de Ciutadans, según Boadella

Por fin. Declaraciones del dramaturgo Albert Boadella apuntan (ya era hora) a la deriva y decadencia del partido "de la Ciudadanía" (sic), creado a consecuencia del manifiesto de 15 intelectuales (entre ellos el propio Boadella, Espada, Vázquez-Rial o Ana Nuño) pero que se ha convertido en una banda de oportunistas mediocres con complejo de progres.

Dice Boadella que “el partido está muy tocado” y que él tenía previsto “que el proceso de putrefacción fuera en tres años y que para entonces ya habríamos hecho alguna cosa. Pero se ha acelerado”. Boadella considera que “la indefinición del partido era fundamental” y ha sido un error etiquetarlo como de centro izquierda, porque “automáticamente acaba siendo presa del PSC. Ahora se ha convertido en un partido más” pero “sin la tradición y el apoyo institucional” del resto.

Benévolo en el tono (no olvidemos que Boadella es el padre de la criatura, muy a pesar suyo), su juicio es severo en el fondo, aunque nada original ni nuevo. En Ciudadanos en la Red, articulistas como Erasmo, con el apoyo del conjunto del equipo de redacción, vienen desde hace tiempo denunciando la traición del actual partido Ciutadans a los principios que justificaron su aparición y desarrollo en Cataluña, con vocación hacia el resto de España.

Pues eso, Maestro y admirado Boadella, bienvenido al Club de los Ciudadanos explícitos.

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