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lunes, 6 de agosto de 2007

Ha muerto un Justo


Aaron era su nombre, antes de convertirse al cristianismo y en Monseñor Lustiger. Su madre murió en Auschwitz. Era arzobispo de París y pudo ser Papa. Confidente de Juan Pablo II, era un filósofo, y un hombre ilustrado. Su conversión a la fe católica fue estruendosa, solitaria, sorprendente y audaz, como la de Saulo de Tarso. Nada le predestinaba a ello. Nunca renunció, sin embargo, a su condición judía y a la memoria de sus ancestros. Nadie más que él ha contribuido a la emocionante paz entre judaísmo y cristianismo, que ha caracterizado los últimos treinta años del diálogo religioso. Era miembro de la Académie Française, y defendió el uso del preservativo para evitar más muertes y más dolor. Ha sido el puente necesario entre la Shoah y Jesucristo. Ha muerto un Justo.

Jorge Harrison

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