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sábado, 11 de agosto de 2007

El esplendor de la sonrisa




Dicen algunos avezados analistas que los partidos políticos han caducado, porque los ciudadanos de a pie han descubierto que aquellos por los que votan están más interesados en resolver su propio porvenir y el de los miembros de su organización, que el presente y el futuro de la comunidad que representan. Aunque este fenómeno no se circunscribe exclusivamente a España, aquí destaca más, tal vez por la historia abierta permanente en la que se desarrolla nuestra democracia desde 1975.

El problema más importante de la política española es precisamente el de la representación, cuando se pregunta a los ciudadanos si se consideran bien representados por los políticos a los que votan, la mayoría dice que no. Y cuando se les pregunta por qué votan a quienes votan, entonces dicen que prefieren elegir a los menos malos entre los que se presentan. Esto también ocurre, aunque en menor grado, en otros países

En las elecciones que se celebran en nuestro país, no triunfan los mejores, ganan los no-peores. ¿Y que es lo que consideran los ciudadanos que hace a un político peor?. Pues en realidad, lo que haría peor a cualquiera de sus vecinos, que sea un pedante, un impresentable, o un cascarrabias; que todo el día estuviera dando la brasa con sus problemas particulares, o que no fuera responsable a la hora de compartir los recibos de la comunidad.

El grave problema de esta actitud, es que precisamente lo que se consigue de esta forma es que los dirigentes sean los menos conflictivos, los más amables, los menos hostiles, y los más apacibles, al menos en la expresión de sus ideas ante el colectivo.

Asi, votar, elegir representantes políticos, se ha convertido en un proceso de marca, intervenido por la propaganda, y apto para el consumo. No se vota por lo mejor, se vota por lo menos malo, y el criterio para discernir entre bueno y malo en la política, no es la ideología, ni mucho menos la capacidad de gestión, sino la actitud del líder (no la aptitud).

Los valores que impregnan los carteles políticos actuales, quedan expuestos por las cosas que se dicen de los políticos, por ejemplo en el caso de Rodríguez Zapatero, se dicen cosas como estas: “ese señor es como nosotros, no se le sube el poder a la cabeza”, “hace política como el churrero churros, de forma natural”, “¿verdad que es majo?”, “nadie puede hablar mal de él, es una buena persona”, “tiene buenas intenciones, pero mala fortuna”, “es un líder próximo a los ciudadanos”, “al menos sonríe, no como el cara palo de Rajoy”, “ha sido capaz de que en este país los nacionalismos se queden callados”, “es un hombre de palabra, dijo que nos iríamos de Irak, y salimos de aquel avispero de forma inmediata”. Y ahí concluyen los análisis.

Es cierto que Rajoy no es simpático, pero por lo que se dice de él, está dotado de una fina ironía gallega que nunca ha sido capaz de transmitir mediáticamente, también es más serio, y da más el perfil de un director de sucursal de banco, que la del futuro presidente de un gobierno.

La intención hipnotizada

Pero hay que tener en cuenta de que esta es la imagen que nos llega a los ciudadanos, que posiblemente tenga que ver muy poco con la realidad de los personajes, y si mucho con las campañas propagandísticas que organizan sus partidarios, y en ésta historia, los del PP van necesitando cambio desde que Aznar se fue del gobierno, a ver si ahora con el impacto de Juan Costa, un hombre inteligente, mejora la cosa, que va haciendo falta.

El problema es que no votamos por lo que pueden hacer los líderes políticos, ni en su partido, ni en el país, sino por lo que nos parece que pueden hacer, y por lo que nos dicen que pueden hacer. No votamos por los hechos reales, votamos por nuestra imaginación. Nos dejamos hipnotizar sin mostrar la mínima resistencia al engaño, nos dejamos secuestrar la intención discretamente.

¿Y por qué actuamos así?, pues porque los españoles preferimos seguir siendo representados que decidirnos de una vez a participar activamente en la política, y preferimos criticar a los demás, antes que dar la oportunidad a otros de que nos critiquen.

Por eso en nuestro país estamos aún muy lejos de alcanzar la organización social suficiente para cambiar el curso de las cosas, aunque cada día acudimos menos a votar y nos quejamos más de todo. Pero pasar a la acción, nos sigue dando mucho miedo o fatiga.

La conclusión es que en este país siempre dejamos las cosas a la inercia, para luego arrepentirnos de forma furibunda, y manifestar nuestra crítica rabiosa a todo lo existente, exactamente hasta donde llegan las palabras, y comienzan los hechos.

Este es el terreno propicio para que triunfen los héroes sonrientes, esos que parecen amigos de todos, unos buenos hijos, unos buenos esposos, unos buenos padres, y unos buenos compañeros de trabajo.

Votamos por lo que parece ser, no por lo que realmente es, he ahí el auténtico problema de la política española, que al final votamos por nosotros mismos, o mejor dicho, por como nos gustaría que nos vieran los demás, se vota por Zapatero por que a la gente le gustaría parecerse más al líder del PSOE, que al hierático presidente del PP, que uno mienta y otro diga la verdad sobre lo que ocurre, que uno tenga una ideología realista y otro una fantasía inalcanzable, importa mucho menos.

Las ideologías, tal como las conocemos, también parecen estar al borde de la caducidad por falta de representación normalizada en los partidos políticos.

Es la hora de los héroes sonrientes, por eso más que ideólogos, expertos en gestión, o creadores de futuro, lo que hoy más se necesita en la política española son buenos dentistas, a cualquier precio, el dinero es lo de menos para los políticos españoles, exactamente al contrario de lo que ocurre con los ciudadanos españoles.

Sin embargo, nuestra democracia ya no es adolescente y deberíamos plantearnos si la sonrisa que algunos los políticos nos regalan de forma tan generosa, es genuina y natural, o es simplemente reactiva, y lo que hacen en realidad es reírse de nosotros en nuestras propias narices.

Dicen que al final el que rie el último, rie mejor, pero mientras Rodríguez Zapatero sigue sonriendo sin reparo alguno, cada vez más españoles vamos dejando de sonreir, sonreimos menos, y algunos, casi están a punto de llorar, y no de risa, precisamente.


Biante de Priena

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