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jueves, 14 de agosto de 2008

El timo de la idea de progreso

Comencé el año en curso hablando del progreso, durante este tiempo he seguido dándole vueltas al concepto más rentable de la política española, en el que el socialismo se redime de sus pecados prácticos y nos ofrece un mundo de posibilidades inimaginable e inexistente, por supuesto.

En este artículo hablaré sobre el progreso y su precio, que no es otro que la renuncia a ser lo que somos, a nuestra identidad, a nuestra forma de vivir en plenitud y como nos dé la gana. Cada vez que les hablen del progreso, codifíquenlo en clave de renuncia. ¿Qué pierdo de lo que soy o tengo para poder progresar?, para poder progresar en el concepto de los que mandan, porque la primera condición del progreso es que resulta intangible, es una promesa vaga que se hace desde la política, como en otros tiempos se ofrecía el más allá para amortiguar la penuria en este “valle de lágrimas” desde la religión cristiana.


El progreso es una condición social, no individual, aquí está el primer engaño porque progresar se contrapone a ser libre, sobrealzando el “bienestar común” por encima de cualquier otra circunstancia. Se puede observar como China ha progresado de forma extraordinaria, pero los ciudadanos de este país han perdido su libertad.

El progreso requiere la deshumanización del ser humano, la implantación de una oligarquía tiránica que subyuga cualquier interés al definido como común. Veamos un ejemplo, el gobierno actual está contra la libertad de fumar, pero ingresa miles de millones en impuestos de las labores del tabaco. ¿Realmente está contra el hábito de fumar?. No, simula que no aprueba el tabaco, mientras recoge pingües beneficios de su distribución pública. ¿Doble moral?, no, más bien se cura en salud, restringiendo el consumo de tabaco en determinados lugares, pero sin incidir sobre el mismo. Si los fumadores dejaran de fumar, el Estado tendría graves problemas. Lo mismo ocurre con el consumo de bebidas alcóholicas, o de combustibles. El progreso hace su discurso bondadoso, pero sigue cobrando impuestos al tiempo que criminaliza a los ciudadanos, que beben, fuman, o conducen.

La idea de progreso, por cierto incluida en las siglas del partido de Rosa Díez, UpyD, esgrimida por Zapatero, aplaudida por Llamazares, es extraordinariamente nociva para la sociedad, al igual que para los individuos que la conformamos.

El progreso es la adición de todos los recursos que anula las capacidades propias de los individuos, porque elimina el afán de logro y superación, para convertirnos en elementos de un rebaño. Sustituye la cooperación por la competencia, en un mundo globalizado extraordinariamente competitivo, pero la cooperación sin igualdad, es decir, en la que unos rinden más y otros menos, y los que rinden más al no obtener ninguna diferencia con los que rinden menos terminan rindiendo menos, se produce una regresión a la media, con un resultado peor del inicial. Un ejemplo, para que los políticos no peguen golpe los ciudadanos tenemos que trabajar más, convirtiéndonos funcionalmente en siervos de los nuevos señores que dirigen nuestro destino.

La idea de progreso no nos hace más iguales, nos impide ser diferentes que no es lo mismo. Las diferencias siguen existiendo, pero se reprime su manifestación, haciendo más mediocre cada día nuestra sociedad, porque los individuos se acomodan en el no hacer.

La idea de progreso, paradójicamente produce regresión en la práctica, nos obliga ser más ignorantes porque el desarrollo de la cultura y la inteligencia están restringidos por el poder, y determina nuestra existencia canalizándola en un mundo de posibilidades cada vez más limitadas. Nos atrapa en nichos de producción y consumo de los que no podemos evadirnos. Nos convierte en engranajes de la sociedad, como en una gran cadena de montaje imponiéndonos el “tylorismo” más inhumano.

La idea de progreso se contrapone a las ideas de evolución y desarrollo, a las que limita y exlcluye. No es una idea que beneficie al interés general o común, sino a las facciones sectarias que la rentabilizan: socialistas, homosexuales politizados, feministas, ecologistas, pacifistas, dependientes, desempleados, mientras que todos los que no se encuentren en estas categorías, que somos la inmensa mayoría, resultamos perjudicados porque se detraen recursos que benefician al interés general para mejorar las circunstancias de los que forman los acólitos bendecidos que electoralmente rendirán cuentas en cada convocatoria a urnas.

La idea de progreso es un cuento que acaba destruyendo nuestras vidas, utilizada por políticos sin escrúpulos, ignorantes, incapaces, y muy ambiciosos, que apartan a sus competidores mejor formados, más aptos, de los lugares que ocupan en el poder y la sociedad.

La idea de progreso es un timo muy bien organizado desde el poder, porque se atribuye los logros de la evolución tecnológica, de la organización social, de las aportaciones del esfuerzo individual de los que remolcan la sociedad, como si fueran propios, cuando en realidad un progresista es un lastre para toda la sociedad. Sin progresistas avanzaríamos mucho más deprisa, pero los nuevos parásitos se han acantonado en el poder, se han incrustado en el bienestar que proviene del malestar ajeno general que provocan, y ahora va a resultar difícil erradicarlos.

La idea de progreso es incompatible con la democracia, con la libertad y con la justicia, porque requiere la ausencia de democracia, de justicia y de libertad para realizarse, para implantarse, para reducir a los seres humanos a una condición exclusivamente mecánica, para cosificar la vida y mercantilizarla.

La idea de progreso es la forma más rastrera y perjudicial del capitalismo, porque beneficia exclusivamente a los que menos se lo merecen y perjudica a todos los demás. Es la expropiación de nuestra existencia, el expolio de nuestra realidad, la anulación del ser humano, una auténtica desposesión y una involución de nuestra condición de seres libres.


Biante de Priena

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