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lunes, 27 de abril de 2009

La globalización populista


El peligro no es tanto 1984, sino el mundo feliz de Huxley, el de la gobernanza mundial con un mega-estado protector administrado, no por tiranos, sino por tutores bienintencionados y risueños, cuya finalidad sería satisfacer la gula de la que el vizconde Alexis llamaba proféticamente “muchedumbre de hombres libres e iguales, incesantemente girando en busca de pequeños y vulgares placeres…”

Me topo esta mañana con un excelente columnista sudamericano citando a Aristóteles, quien señalaba hace más de dos milenios que para que una democracia fuera estable, debía prevalecer en ella la clase media. La cita, además de indirecta, es apócrifa y anacrónica, pero rescata algo cierto acerca de la mirada de nuestros Clásicos sobre las limitaciones de la deliberación democrática pseudo-horizontal. Algo que retomaría con extraordinario acierto Tocqueville, quien ya lo ha escrito todo al respecto; sólo falta ahora que… lo leamos.

La gente medianamente ilustrada y más o menos preocupada por el devenir común se enfrenta cada día más a la deriva de las palabras, tan manoseadas algunas que difícilmente pueden ser recicladas en una conversación racional. Por ejemplo, “ciudadano”, o “democracia de opinión”.

Queda entonces el recurso de resucitar vocablos en desuso o en descenso. Lo intentaré con ese substantivo démodé, evocador de tiempos pasados ma non troppo, cuyos significados más comunes a duras penas se recuerdan con precisión: populismo.

Populismo, hoy, es en primera instancia la “democracia delegativa", que consiste en conceder a quien consigue una victoria electoral todo el poder ejecutivo, por encima de los controles y contra-poderes separadores tradicionales (parlamento, justicia, oposición, sindicatos, prensa, religión…). Pensemos en la Rusia de Putin, la Venezuela de Chávez, la Bolivia de Morales, el Ecuador de Correa, la Argentina de los Kirchner.

Los países que he mencionado tienen algo en común: residuos históricos y políticos de autoritarismo o inmadurez institucional, lo que inmediatamente aprisiona el razonamiento en los viejos esquemas norte-sur y este-oeste, poco pertinentes si queremos volver a darle vida a palabros medio olvidados con la intención de ver con mayor nitidez nuestro presente.

De hecho, funcionamientos más “republicanos” existen en países comparables, por ejemplo en Chile o en Uruguay, donde la clase media “aristotélica” crece a paso lento pero seguro y donde el poder ejecutivo no puede decidir lo que le viene en gana durante el desayuno o la sobremesa. A la inversa, la democracia republicana puede estar en peligro en países con mejor reputación. Por ejemplo en la neo-bonapartista Francia, con un presidente hiperactivo y ligeramente desequilibrado, sin oposición política eficiente, ni dentro ni fuera de su partido.

Empero, más peligrosas que las poses payasescas del frenético Nicolás o de un Bolívar de pacotilla, lo que se nos viene encima es la proclamación unilateral de la victoria moral de los estatalistas, entre ellos Obama, quienes predican so pretexto de la crisis financiera actual la necesidad de regular un mercado supuestamente enloquecido por exceso de libertad: desastre providencial para seguir adelante con la ilusión prometeica de la historia en marcha y la utopía igualitaria.

Insisto, volvamos a leer a Tocqueville, quien intuyó el advenimiento de un individualismo de masas que terminaría favoreciendo, por un lado el conformismo político, delegando en reyezuelos bufonescos la autoridad simbólica del campo social, y por otro la tentación del 93 como forma paradójica de conservar un bienestar amenazado. Estamos en el preludio de una confrontación histérica entre ambas vertientes de la misma aspiración traumática a un futuro mejor.
Sólo podría evitarnos el descenso a un infierno disfrazado de insaciable progreso un estremecimiento, un frenesí, sustentado en algo así como el retorno a “la conversación cívica”, expresión de Hannah Arendt, al ejercicio de la libertad política (desengaño, altruismo, responsabilidad, y compromiso con el presente) frente al desenfreno inflacionista de los derechos.

El peligro no es tanto 1984, sino el mundo feliz de Huxley, el de la gobernanza mundial con un mega-estado protector administrado, no por tiranos, sino por tutores bienintencionados y risueños, cuya finalidad sería satisfacer la gula de la que el vizconde Alexis llamaba proféticamente “muchedumbre de hombres libres e iguales, incesantemente girando en busca de pequeños y vulgares placeres…”

Dante Pombo de Alvear

1 comentario:

Enrique Suárez dijo...

Bianhallado amigo!! Te esperábamos

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