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jueves, 6 de mayo de 2010

La democracia social es el panteón de la libertad


En los países que se consideran democráticos se está produciendo una fisión en la comprensión universal de la democracia, que hasta ahora había sido asumida desde los criterios liberales por todos los países considerados democráticos. Tras la caída del imperio soviético, los países del antiguo telón de acero decidieron incorporarse a la Unión Europea, al tiempo que en Latinoamérica los países de la órbita del ALBA decidían apartarse de los criterios liberales de democracia.

El paradigmático caso español sigue una trayectoria más parecida a la de los países que se han hecho seguidores de la demagogia del líder venezolano, Hugo Chávez, que de sus socios europeos. En España el cambio de régimen desde una interpretación liberal de la democracia, hasta una interpretación social de la democracia se está llevando sin prisa pero sin pausa por los gobiernos sucesivos de José Luis, convirtiendo a nuestro país en el lugar de la Unión Europea en el que la libertad está más amenazada.

La democracia social sacrifica la libertad en aras del predominio de la sociedad, entendida auténtico conglomerado de seres humanos indiferenciados en el que no es posible la identidad propia y en el que los ciudadanos somos catalogados por el número correspondiente que nos asigna el régimen en la etiqueta de usuarios, contribuyentes, electores, consumidores, o espectadores.

La democracia social sacrifica la pluralidad porque sólo acepta como ciudadanos válidos a los que están conformes con su interpretación, es decir los que comparten el catecismo de su secta. Los demás son apartados por cordón sanitario y tildados de fachas o rebeldes, defensores de sus privilegios, aunque el único privilegio del que dispongan es el de pensar por sí mismos o estar en el paro buscando trabajo.

La democracia social sacrifica la separación de poderes, considerando que la justicia está al servicio del Estado que es el único poder con potestad para determinar lo que le conviene y lo que no le conviene a la sociedad.

La democracia social sacrifica la tolerancia porque excluye a todos los que no comparten que el modelo ofrecido desde el Gobierno es el mejor de los posibles.

La democracia social sacrifica la unión histórica y cultural de la nación, porque considera que es un vestigio (y un baluarte de resistencia) ante su proyecto de progreso. Defender la nación española que supone defender la libertad, los derechos adquiridos, la Constitución y los símbolos identitarios se considera un atraso próximo al fascismo o al franquismo, y algo que realmente se contrapone a la interpretación social de la democracia.

La democracia social convierte el Estado en providencia suprema, nada puede existir fuera de lo que el Estado determina y la simple determinación de un Gobierno convierte en Ley cualquier arbitrariedad, norma o reglamento, confiriéndole el mismo peso que a un derecho constitucional.

La democracia social es irresponsable de sus actos, puesto que si en su revolución surgen déficits galopantes, millones de parados, deuda desbordada, o cualquier ineptitud materializada, se consideran daños colaterales del objetivo prioritario de transformación de la sociedad en un conglomerado indiferenciado.

La democracia social es totalitaria, tiene la pretensión de atesorar todo el poder y no respeta la ley, ni siquiera la establecida en la Constitución. Busca el triunfo de la mayoría, excluyendo a las minorías de la participación en las decisiones importantes. Para un demócrata social si dos ciudadanos aprueban un objetivo, aunque estén equivocados y no respeten la ley, su criterio prevalece y se considera democrático frente al de un ciudadano que tenga razón y respete la ley.

La democracia social prescinde del conocimiento, de la historia, de la cultura y de todos los elementos que de forma natural conforman una sociedad, para imponer su programa de innovación y modernidad particular, fundamentado en la expectativa de un mundo mejor y en la promesa de eliminar las desigualdades.

La democracia social tutela la economía, determina desde el Estado la utilización del dinero público en la construcción de un escenario proclive a sus presupuestos desde la propaganda y la manipulación de los medios de comunicación.

La democracia social no es democracia, es pura demagogia populista que busca como objetivo prioritario crear una clase dirigente homogénea, una especie de nomenclatura, que como único mérito presente su trayectoria política. Así nombra cargos, desde ministros hasta jefes de negociado, sin conocimientos suficientes para ocupar los cargos que representan, convirtiendo la dirección de la administración pública en una constelación de ineptos que se aferran como garrapatas a la oportunidad que les ha brindado el destino para aprovecharse de su cargo.

La democracia social tiene como pretensión acabar con el orden establecido por la democracia liberal, la auténtica democracia, que ha sido la que ha permitido los avances sociales a lo largo de la historia.

La democracia social es la decadencia de la democracia, porque convierte el contrato social en papel mojado, la separación de poderes en un recuerdo y el respeto a la ley en una guasa. La democracia social es el antídoto de la democracia, tal y como se ha entendido a lo largo de la historia, tal y como se entiende en los países que disfrutan de una democracia auténtica.

La democracia social no es más que una dictadura encubierta, que pretende sustituir el criterio fundamental de un ser humano, un voto de elección libre, por la argucia de un ser humano, una aceptación de que lo que hay es lo único posible y no se puede pretender alternativa.

La democracia social es el panteón de la libertad, sin libertad no puede haber democracia, es como intentar respirar bajo el agua sin oxigeno, algo que tarde o temprano conducirá a la muerte por asfixia.

Biante de Priena

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