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sábado, 1 de mayo de 2010

Salud y Enfermedad en el siglo XXI

Galeno. Hospital Italiano de Buenos Aires

Hace 26 años que soy médico en ejercicio, durante este tiempo puedo haber atendido alrededor de unos quince mil pacientes en los diversos y numerosos problemas que me han presentado, (no solo los considerados como actos sanitarios computables). He sentido grandes satisfacciones en mi profesión, pero también algún disgusto, porque al fin y al cabo, he tratado y trato con seres humanos y esto implica que la emoción se mezcle con el asunto.

Soy de los que se resiste a que el propósito de la práctica de esta profesión se reduzca exclusivamente a gélidas cifras estadísticas que se acumulen en un resumen anual, y que éso exclusivamente, determine la calidad del oficio.

La epidemiología es una rama aséptica de la ciencia médica que se encuentra en auge; esta disciplina anónima, no menciona, ni emociona a nadie, ni a la mayoría de los profesionales sanitarios, ni tampoco a los sufridos pacientes; realmente su utilidad es limitada, pero cada día se va haciendo más importante en todo el proceso sanitario, y se lleva más porcentaje de los presupuestos, por una razón muy simple: los administradores económicos que dirigen el sistema no entienden de histología, pero si de histogramas. Además se puede hacer mecánicamente con un programa de ordenador.

He visto durante estás décadas, como ha mutado de forma lamentable la ética médica (en el sentido de ethos, que propuso Heidegger), hasta transformarse en una espectacular ingeniería somática.

El criterio de haber vivido los cambios desde dentro, me permite valorar la evolución histórica de lo que reciben los ciudadanos de sus sistemas sanitarios en la actualidad, y debo reconocer que no me gusta nada el balance de su evolución histórica en nuestro país, pero ésto puede hacerse extensivo a otras comunidades occidentales; por eso me he propuesto escribir este artículo en continuidad con otros anteriores (El mercado de la salud, o Fumar puede matar, o La felicidad de consumir, entre otros).

Los cambios que se han producido y se producen en la organización de los sistemas sanitarios no son producto de la casualidad; más bien forman parte de una sutil estrategia política que ha consistido en expulsar a los médicos y otros profesionales de la salud de los procesos de decisión logística del ámbito sanitario, arguyendo la falta de formación organizativa y económica de los discípulos de Esculapio; mientras el puesto de mando era colonizado por administradores, economistas y políticos, que en la mayor parte de las ocasiones, accedían a su puesto por la honrosa vía de la designación política.

Con el paso del tiempo, las indicaciones del dedo índice de la mano invisible de Adam Smith, han convertido el ámbito de la salud en un extraño escenario a medio camino entre el sector de servicios y el negocio comercial. Y lo más sorprendente, es que ni los discípulos de Galeno, ni los sufridos ciudadanos han hecho lo más mínimo por evitarlo. Creo que el exceso de templanza, mantenido por los actores principales de la obra sanitaria (sanitarios y pacientes), ha degenerado en imprudencia temeraria que se está volviendo paulatinamente contra los resultados obtenidos en los indicadores de calidad de vida.

Siempre he sostenido que se debe hacer una distinción esencial entre las profesiones que consideran al ser humano, bien como un elemento más del sistema de producción y consumo, y las que lo consideran como elemento fundamental y destino último de sus conocimientos. Las primeras son ciencias culturales, las segundas son humanas. Desde mi criterio, por simple lógica, las ciencias del ser humano deben ser siempre prioritarias a las que se ocupan de la cultura que se conceden los ciudadanos. El trigo antes que el burro, aunque el burro ayude a dar más trigo una vez que lo haya.

En los países occidentales, la gestión sanitaria ha abandonado la prudencia de los criterios médicos, para ser sustituida por las acciones particulares e interesadas de los políticos y administradores, que son guiadas por las mecánicas mentes de los economistas.

La salud, a pesar de lo que se diga, y de lo que se mienta, ya no es un bien primordial y un derecho inalienable de los ciudadanos, se ha convertido en un manantial inagotable de producción y consumo de servicios. Una fuente de riqueza económica para muchos privilegiados arribistas y empresarios oportunistas, un lugar de descanso para los sufridos dirigentes del sistema que viven distantes de la realidad que administran.

La instrumentalización del ser humano, fruto de la revolución industrial, ha sido auspiciada desde las políticas keynesianas del bienestar, y favorecida por los sorprendentes desarrollos de la tecnología. Ésto ha permitido una organización de los servicios inconcebible hace tan sólo pocos años, pero absolutamente vacía de contenidos y propósitos humanos. Se ha creado una estructura que no puede funcionar normalmente, por que se ha cimentado sobre la incompetencia y el dispendio.

En la salud pública se vive permanentemente en una economía de resistencia o de guerra, contra el enemigo fatal: el consumo desaforado; pero al mismo tiempo se promueve desde el cultivo electoral, la conciencia ciudadana de una disponibilidad de recursos ilimitados, lo que está conduciendo las políticas sanitarias al fracaso, y lo que es peor, a que se alejen de su prioridad fundamental, el objetivo de mejorar la calidad de vida y la cantidad de existencia de los ciudadanos, que son los que sostienen, en último término, el sistema.

EL EXCESO DE CONSUMO

En el siglo XXI, siguen ocurriendo enfermedades y siguen tratándose. Pero la medicina ha perdido el Norte, dejándose arrastrar por la poderosa marea del consumo, que nos conduce a la deriva hasta los lugares más profundos del océano del azar (en realidad del negocio); allí, donde erróneas creencias y miedos, fruto de la ignorancia irredenta y sobrepujados por la imaginación, se transforman en cantos de sirena que nos harán naufragar, como le ocurrió al Titanic, a poco que algún “iceberg patológico” o “seudopatológico” (como la insuficiencia de los recursos disponibles), se nos cruce en el camino. La reciente pandemia de la Gripe A es un modelo que volverá a repetirse.

Este no es un fenómeno aleatorio sino fruto de la cultura que nos concedemos, porque los procesos en los que interviene la decisión humana, se están resintiendo de la comodidad artificial que nos ofrece la paradoja del consumismo. Cada día que pasa se recorta un poco más nuestra singular identidad y la libertad alcanzada y acumulada por numerosas generaciones, para convertimos en piezas de un enorme engranaje, (político, mercantil y global), con restricción de elecciones posibles, y asunción de decisiones bajo control y limitación de ineptos advenedizos.

Esto es, entre otras muchas cosas, lo que nos trae la globalización. La globalización es un asunto que beneficia a los mercados, a costa de distorsionar la vida de los seres humanos. El sistema económico capitalista, tras arrasar buena parte de los recursos naturales del planeta, ha descubierto que es más productivo explotar la naturaleza humana. Por eso estamos asistiendo a la expoliación humana, como decía Ivan Illich en su libro Némesis Médica

Es un fenómeno curioso el que nos corresponde vivir, que bordea la esquizofrenia, pues prácticamente esquilmado el planeta, a los que guían el sistema que nos acoge, se les ha ocurrido convertir a sus pobladores en demandantes insaciables y permanentes de recursos, para que el sistema económico no se detenga. Si crece la demanda, como decía Keynes, “se tira” de la oferta, esto nos convierte en colectivos conformados como ganaderías humanas, obligados a continuar produciendo para poder seguir consumiendo, y mantener de esta forma al enorme y hambriento dragón global que hemos creado.

Australia o el lejano Oeste americano, se conquistaron para ofrecer pastos al ganado y así fueron poblados; en cierta forma, el desarrollo urbano consecuente con la revolución industrial ha sido una forma de hacinamiento de la gente en colectivos inhumanos en función de la producción; la revolución tecnológica que hoy nos mantiene ante el televisor, el ordenador o el móvil, es otra vuelta de tuerca que se da a la domesticación de la especie, pero en esta ocasión desde la perspectiva del consumo.

Alguien debe decirlo, para que otros lo griten después: el consumo espúreo, la demanda de cosas innecesarias, es la primera fuente de riqueza mundial, y no puede detenerse por que nos iríamos al fondo; hoy, los países ya no se consideran ricos sólo por su capacidad de producir, sino por su capacidad de consumir, lo que se conoce con el pomposo nombre de demanda interna.

Estados Unidos es la nación más rica del mundo porque es la que tiene más capacidad de consumo, pero en términos reales produce mucho más China, aunque sus ciudadanos consumen mucho menos, por lo que a la larga, China está llamada a encabezar la economía mundial, pues superada su revolución política, tiene prácticamente toda su demanda interna disponible para crecer, prácticamente sin estrenar.

CREANDO CONSUMIDORES SANITARIOS

Quiero hacer un homenaje a la genialidad del heterodoxo personaje que fue Iván Illich (1926-2002), incluyendo en este párrafo el preámbulo de su ensayo La obsesión de la salud perfecta, publicado en Le monde diplomatique en 1999.

“En los países desarrollados, la obsesión por la salud plena ha llegado a ser un factor patógeno predominante. El sistema médico, en un mundo impregnado por el ideal instrumental de la ciencia, crea sin interrupción nuevas necesidades asistenciales. Cuanto más crece la oferta sanitaria, más crecen las demandas de los pacientes en sus problemas, necesidades y enfermedades. Cada cual exige que el progreso ponga fin a los sufrimientos del cuerpo, manteniendo el máximo tiempo posible el frescor de la juventud y prolongando la vida hasta la eternidad. Ni vejez, ni dolor, ni muerte, olvidando así que en la aversión al arte de sufrir, se encuentra la negación misma de la condición humana”

Lo primero que se debe hacer para transformar un ser humano en consumidor, es un elaborado proceso de deshumanización, reduciendo su identidad y singularidad, negando su personalidad, asfixiando su individualidad, demoliendo sus características únicas, hasta convertirlo en “un elemento más”, un número fiscal o una tarjeta sanitaria, un simple eslabón de la larga cadena económica. La primera alienación es la alineación en la fila de la caja del supermercado.

Si Marx estableció que la organización de la producción en un sistema capitalista nos conducía a la alienación, y Durkheim consideró que el creciente urbanismo impersonal de las sociedades industriales nos llevaba a la anomia, hoy puede decirse que la organización del consumo que promueve la globalización nos ha convertido en auténticos seres abúlicos, programados y teledirigidos al consumo. Si la producción nos condena, el consumo nos sentencia, para que el sistema capitalista nos pueda mantener prisioneros en sus cárceles de oro, y así sigamos alimentando con nuestras vidas el dragon global.

El siguiente paso en el desarrollo eficiente del consumidor, es establecer la organización de un plan, que de forma sistemática nos conduzca directamente a soluciones proporcionadas y canalizadas por el propio sistema, lo que denominaré construcción de la oferta, pero con el requisito imprescindible de no permitir el consumo fuera del sistema, en plena libertad. Se crea un sistema de mercado, sin mercado, es decir sin competencia posible, esto vulnera todos los principios de la economía, y también de la antropología. Es un artefacto del poder.

Este recorte de libertades que se vive en muchos países europeos con los sistemas de salud pública, si bien inicialmente sirvión para conferir un avance social importante, no es para nada el mejor de los sistemas posibles para los ciudadanos, pero sí lo es para los dirigentes políticos y administradores que se encargan de la sanidad pública. Hay que estar atentos para saber quien se está beneficiando realmente de que las cosas sean así y quien está siendo poco menos que estafado.

Así el sistema nos ofrece las soluciones únicas a nuestros problemas, pero como es el único proveedor de recursos, funciona como un monopolio y por lo tanto, también puede ocasionar nuevos problemas, para que se demanden nuevas soluciones que requieran más recursos que terminen siendo administrados de la misma forma. Es decir, más de lo mismo. Esto solo contribuye a que algunos protagonistas de la historia de la política sanitaria, se hagan cada vez más imprescindibles, en una cadena sin fin que se retroalimenta a sí misma.

La cuestión es que los sistemas cerrados se cargan de entropía hasta que estallan en nuestras narices. Se ha superado la creencia hasta en la religión, pero en la administración sanitaria sigue siendo hegemónica en pleno siglo XXI. En la actualidad, los sistemas sanitarios occidentales están creando necesidades que no se corresponden con demandas racionales (o incluso irracionales) de los ciudadanos, sino con la propia locura megalómana de los organizadores.

Esto supone la creación de un sistema perverso, proceso al que denomino alimentar al dragón, que nos terminará devorando si algún día dejamos de proporcionarle lo que necesita, y eso es precisamente lo que está ocurriendo en el ámbito sanitario, pero también en la hacienda pública, los medios de comunicación, o la política. Cuanto más crece el Estado, más se resiente la Sociedad.

Los occidentales nos estamos complicando demasiado la vida, por pura soberbia de riqueza reciente; estamos creando nuevas necesidades a la medida de nuestros miedos y caprichos, fuera de toda racionalidad, y al mismo tiempo nos proveemos de instituciones y gestores que las pueden atender; pero una vez superado el problema, estos elementos burocráticos, en vez de facilitarnos la vida, nos la acaban distorsionando por completo.

Hay muchas organizaciones creadas para la paz, que a lo que se dedican es a administrar distintas formas de impedir que la guerra se extinga, por que si así ocurriera dejarían de existir. Las organizaciones pueden ser muy perversas, como indicó Max Weber, cuando hablaba de la burocracia.

El tercer paso en la construcción del consumidor perfecto, pasa por un proceso mágico, fundamentado en la creación de las “necesidades innecesarias”, lo que se puede denominar como invención de la demanda. Es decir, por dar un ejemplo, cuando un ciudadano con unas simples anginas, solicita un análisis de sangre porque ha leído en internet que en algunos casos este proceso es origen de graves patologías como la meningitis o la artritis reumatoide; o como en el caso de la mala fortuna “en el análisis presenta una hiperuricemia (cifra elevada de ácido úrico que en sí misma no aporta prácticamente nada), y se le trata con alopurinol de forma preventiva, al que por esas cosas del azar tiene una hipersensibilidad desconocida, y se acaba muriendo por un shock anafiláctico”. (Este caso, ha sido publicado en el British Medical Journal, número 331, del año 2005, y ha sido escrito por Gutiérrez-Macías, A. Y cols), se utiliza desde entonces como criterio indispensable realizar pruebas de alergia a todos los que presenten hiperuricemia, aunque se les vaya a dar o no, alopurinol.

El ciudadano está en su pleno derecho al exigir la realización de las pruebas que le parezca conveniente, y el médico que le atiende, en el suyo de negárselas o concedérselas, pero hastiado como le tienen los incompetentes gestores que le organizan la vida profesional, desposeyéndolo de su valor, menoscabando su consideración pública, abaratando su precio relativo, y sometiéndole a su domesticación obligatoria, decide acceder a la propuesta del ciudadano, entre otras razones porque no quiere complicarse la vida. Esta forma de proceder, que en realidad es una medicina defensiva, ha multiplicado por varias cifras el coste sanitario real, convirtiendo a los sufridos pacientes, en coleccionistas de pruebas diagnósticas y muchos miedos añadidos a los de su proceso patológico, porque piensan que si tanto les están mirando es que algo malo o complicado se está buscando, la mayor parte de las veces innecesarias, que para lo único que sirven es para tener argumentos objetivos en caso de que las cosas no vayan como se esperan. La escasa confianza en la política se ha trasladado a todas las áreas de gestión que contamina, porque esas áreas de gestión se están guíando por criterios políticos, antes que por los inherentes a su área de evaluación del ser humano.

Así es normal, que el galeno de turno o de guardia, acceda habitualmente a cualquier sugerencia del paciente, antes que perder el tiempo en convencer a alguien que piensa que tiene razón, sin tenerla, y defender un sistema organizativo en el que ha dejado de creer hace tiempo. Advertencia para los que se incorporen a la profesión, esto cada día será más frecuente y va a generar mucho malestar innecesario, que es otra forma de hacer yatrogenia.

Al mismo tiempo, la política está perdiendo poder en relación con la economía, lo que se observa en que cada día contamos mucho menos como ciudadanos, que como consumidores. Desde las cabezas pensantes que dirigen los sistemas sanitarios, se establecen innumerables directrices sin sentido que a lo único que conducen es a incrementar el caos y a deteriorar el proceso asistencial, esto son pruebas de ineficiencia e ineficacia, de la que nunca hay responsables, ni políticos, ni legales, ni sociales, ni económicos.

La instrumentalización materialista de la vida humana nos termina convirtiendo en consumidores y nada más. Nos dan las cosas tan hechas, tan bien acabadas, tan “perfectas” que cada día resulta más difícil pensar por nosotros mismos. Es más fácil ver que imaginar; sentarse pasivamente ante el televisor, que abrir un libro; cada día nos vamos haciendo más “cabezas” de ganado y vamos perdiendo nuestros propios criterios, vivimos intoxicados de información que no podemos ni sabemos digerir, porque un criterio suficiente para entender determinadas cosas es imprescindible y la ignorancia es muy atrevida.

No se puede continuar sin hacer nada, dejar que las cosas sigan su curso, y convertirnos en inertes consumidores sin historia, aborregados y adocenados. Es necesario hacer un alto en el camino para plantearse los auténticos motivos de nuestro viaje por la vida, y la respuesta que queremos del sistema sanitario que nos concedemos como ciudadanos si las cosas no van bien y la enfermedad nos visita.

Hay mucha gente que manifiesta su incredulidad en el destino, pero sin embargo, se deja llevar por la historia y las circunstancias hasta lugares y momentos que nunca había pensado visitar, ni por supuesto conocer; cuando les sorprende la enfermedad se dan cuenta de que debían haber hecho algo previamente, haberse ocupado de saber algo más sobre los servicios de los que disponen, adoptar una posición más activa en su organización, pero lamentablemente no lo han hecho, y reciben de forma pasiva lo que se corresponda. Cuando se habla de la salud, esto se convierte en paradigma.

El sistema nos ha convertido en consumidores de enfermedades imaginarias como han referido Gérvas, J y Pérez-Fernández, M., en su libro “Reivindicación de una medicina clínica (-que no “cínica”-) cercana, científica y humana”, (Ver editorial) pero también de recursos preventivos innecesarios, de remedios con tintes de milagro, de ordenaciones vitales estúpidamente salutíferas, de alimentos supernutritivos para superar lo insuperable, de hábitos estupendos y maravillosos para soñar con lo imposible, de pócimas que huelen a fuente de la eterna juventud; pero también se nos proporcionan manuales dogmáticos para lograr una vida feliz, libros de autoayuda que nos convierten en seres maravillosos, y cursos de bricolage mental positivo, así como terapias magníficas que resuelven todos nuestros problemas.

Magia y Mitología se dan la mano en nuestra ayuda por la vía del milagro; la civilización se fundamenta en los descubrimientos, y el más importante para la humanidad, sin duda alguna, ha sido el comercio. La compra-venta, el negocio, el mercado, la oferta y la demanda, son los inventos que rigen actualmente la mayor parte de nuestras vidas. Nos venden creencias mitológicas y rituales mágicos, al igual que se hizo en los comienzos de la civilización, pero seguimos adquiriéndolos por inercia dependiente, sin siquiera pensar por nosotros mismos si nos benefician o nos perjudican.

Nos están ofreciendo extractos de la “piedra filosofal”, el elixir de Fierabrás, y el mismo Santo Grial, y una entrada de regreso al paraíso, junto con una edición popular de El código da Vinci, todo en el mismo paquete, bien envuelto en el papel más brillante del último avance científico, y por el módico precio de dejarnos la vida para conseguirlo, a no ser que puestos a acometer empresas gloriosas nos demos de bruces con el mismo Eldorado.

Hay demasiados charlatanes en el negocio sanitario, parásitos del espacio virtual que se genera en cada acto médico, que consiste en una preciosa y precisa relación única e irrepetible entre paciente y galeno, basada en la confianza entre un ser que sufre y otro que, que por sus conocimientos, pero también por su talante y talento, puede hacer algo por él. Algo tan simple se ha convertido en un laberinto imposible.

Estos elementos configuran la nueva mitología del consumo sanitario, que no es más que la transformación por cuatro aprovechados de lo innecesario en lo imprescindible, convirtiendo los dioses del Olimpo en nuevos productos farmacéuticos o técnicas higiénicas extraordinarias. Explotan nuestros miedos, porque son poderosos y el poder siempre ha extraído rentas de amedrentar a la gente.

La mayor parte de los problemas sanitarios que hoy presenta un ciudadano occidental son artefactados por una praxis inadecuada, que proviene de una organización administrativa nefasta. Gérvas y sus colaboradores lo han dicho en su reciente artículo de abril de 2006 El auge de las enfermedades imaginarias:
“Cuando la medicina reemplaza a la religión, los pecados se transforman en factores de riesgo y en enfermedades imaginarias, y los horrores de la Inquisición son provocados por los procesos diagnósticos y terapéuticos consecuentes”


RECOMENDACIONES A LOS FUTUROS COLEGAS

Las enfermedades no brotan como las flores en primavera, o al menos ,si surgen de forma espontánea, son bautizadas de forma inmediata por los médicos, para ser posteriormente acogidas en las clasificaciones dogmáticas de nuestra nueva religión. Quiero advertir a los estudiantes de medicina, (supongo que alguno leerá este artículo), que realmente están siendo imbuidos de su superioridad con las exigencias histriónicas que se están imponiendo para acceder al ejercicio de esta honorable profesión, pero que corren graves peligros cuando les toque ejercerla.

En las facultades de medicina les están convirtiendo en ingenieros somáticos, porque se está reduciendo el ser humano a cuerpo y nada más que cuerpo, tras la reducción dual (y didáctica), que hizo Descartes en mente y cuerpo, se convirtió a los seres humanos en auténticos hombres máquina (“descerebrados”), como nos hizo saber el colega La Mettrie, por aquella época próxima a la Revolución Francesa. Pero cuando a un ser humano se le despoja de su mente, ya no se hace medicina, sino veterinaria, porque los seres humanos somos algo más que soma.

Protágoras, en el siglo IV antes de Cristo, descubridor del relativismo con su homo mensura, ya nos había desposeído de nuestra vertiente espiritual, alejándonos de la mitología para instalarnos en el logos, lo que nos convirtió en seres antropocéntricos.

Posteriormente pasaron casi dos milenios, hasta la llegada de Galileo, que nos desplazó de ser el centro del universo, y otros trescientos años más, con Darwin, para colocarnos en el lugar que nos corresponde en evolución biológica. Con el psicoanálisis surgió el mundo del inconsciente y el valor de las emociones. Con Durkeheim y Weber ocupamos el lugar que nos corresponde en la sociedad. Y con Malinowski, Mead y otros, el que nos singulariza en la cultura. La religión en aquellos tiempos, al igual que la medicina en los actuales, recomendaba conservadora prudencia.

Pues bien, fiel al juramento que estableció el fundador reconocido de nuestra ciencia y arte, quiero transmitirles a los neófitos algo que considero muy importante, tan importante que la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo estableció como definición de Salud en el preámbulo de su manifiesto fundacional, superando el anterior concepto basado en la ausencia de enfermedad; esto ocurrió en el año 1947 y todavía no se ha cambiado:

“La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad o dolencia”

Atentos, alumnos de medicina, futuros galenos FISICO / SOMATICO / ORGANICO / BIOLOGICO, pero también MENTAL / PSICOLOGICO / RACIONAL-EMOCIONAL / AUTO-RELACIONAL, y por supuesto, SOCIAL / POLITICO / INSTITUCIONAL / HETERO-RELACIONAL y se podría añadir ANTROPOLOGICO / CULTURAL / HISTORICO, para comprender que la lluvia no significa lo mismo en Canadá que en el Sáhara, y que las cosas SI cambian con la latitud y el paso del tiempo, y la forma particular de vivir en cada circunstancia. Cada ser humano es único y todos los seres humanos somos diferentes.

¿Donde está aquí lo ECONOMICO?. En ningún sitio. Queridos futuros colegas, no permitáis que os sigan engañando con el reduccionismo somático, ni a los psicólogos con el psicológico, ni a los sociólogos con el sociológico; porque cuando os aproximéis a un paciente-cliente-consumidor, que del principio al final, es tan sólo un SER HUMANO, como vosotros, de poco os va a servir, a él y a vosotros, haberos olvidado de la complejidad biopsicosocial y cultural que nos caracteriza como especie.

La medicina es una profesión que sólo se puede ejercer desde la libertad plena, porque bastantes dificultades presenta esto de luchar en el extraño territorio entre la vida, la enfermedad y la muerte, para que vengan unos avezados advenedizos dispuestos a determinar según sus cálculos de despacho, qué es lo que tenemos que hacer, cómo tenemos que hacerlo y por qué debemos hacerlo de esa forma, para que ellos continúen acomodados en sus poltronas y nosotros en la frontera de la heroicidad y además cobrando la mitad para que su gloria permanezca y nuestro prestigio se denigre.

El feudalismo se acabó en el Renacimiento, deberían haberse enterado ya, pero deben estar demasiado ocupados contemplando su obra. Es hora de rebelarse ante la estupidez de los que organizan el desaguisado, porque de ello depende la salud de todos, incluida la nuestra y la de nuestros hijos.

Considero que hay honrosas y escasas excepciones en los administradores, funcionarios, políticos y economistas que rigen el cotarro, pero viendo las cosas que están ocurriendo, (no sólo en España) y las que se prevé que ocurran en un futuro próximo, es para ponerse a temblar. Por eso deduzco, que deben ser muy escasas las excepciones, pero seguro que las hay, no lo dudo, aunque estoy perdiendo la fe en que las cosas puedan funcionar bien en un futuro inmediato, y no precisamente por la falta de recursos económicos que tanto preocupa a los dirigentes sanitarios, sino por ausencia de inteligencia social, lo que resulta especialmente preocupante en el siglo XXI, cuando se dispone de más recursos que nunca (económicos, sociales, políticos y culturales), que son administrados de forma cicatera y esperpéntica por una legión de mediocres intrusos que han medrado a costa de retrasar la evolución natural de las ciencias de la salud.

Creo que los médicos actuales llevamos muchos años subyugados por una prudencia que limita con la cobardía, y esperamos que los problemas que se presentan en nuestra profesión se resuelvan por intervención directa de los ciudadanos, que en esta caso, como en otros muchos, han sido persuadidos de lo afortunados que han sido por vivir en este tiempo, y aunque quisieran no podrían ofrecer soluciones dada la complejidad de la cuestión, aunque si podrían elegir entre alternativas que se les propusieran, y además, así podrían ejercer su derecho a decidir sobre su salud y su vida.

Se ha comprobado en muchos países que han abandonado la pobreza recientemente, que la esperanza y calidad de vida de su población, se debe más a la mejora de la higiene y las condiciones alimenticias, que a los avances médicos, de los que no disponían. Se puede decir que el progreso económico, trae más vida, pero de peor calidad, porque se orienta al consumo en vez de a la necesidad.

Los médicos, entre otros muchos profesionales que se ocupan de la salud, estamos tan acostumbrados a ser juzgados y prejuzgados, que se nos ha olvidado que nuestro papel en la sociedad es precisamente el de procurar diagnóstico y tratamiento a las enfermedades que presentan los pacientes. La patología que presenta hoy la ciudadanía es fruto de la incoherencia y la incongruencia en que se debate la organización de su asistencia sanitaria, lo que perjudica la mejora de su salud de forma considerable; la virulencia del agente parásito de la familia de lo político contamina su existencia y está agotando las defensas naturales, no cabe utilizar medidas conservadoras, bajo peligro de epidemia.

Hagamos lo que sabemos hacer, erradiquemos el agente patógeno y devolvamos la salud al sistema sanitario y a sus usuarios. Los profesionales sanitarios somos la última línea defensiva del organismo social que se ocupa de la salud, y estamos sucumbiendo agotados por la agresión parasitaria. Debemos decidir la solución, por qué somos médicos, ¿o es que ya no lo somos y sólo somos funcionarios del Estado?.

Enrique Suárez Retuerta


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
(en los que algunos pueden leerse en internet pinchando los enlaces, en los que no consta la cita bibliográfica completa)

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