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jueves, 26 de agosto de 2010

La representación democrática en el siglo XXI



Sigo sin comprender exactamente por qué razón es mayor la inmoralidad de un banquero que estafa a sus clientes que la de un sindicalista que estafa a sus compañeros. La inmoralidad no es una cuestión de pobres o ricos, sino de principios. Hay sin embargo un complemento de impunidad en el sindicalista que no concierne al banquero: el sindicalista nos asegura que su actuación es por nuestro bien, mientras que el banquero no dice nada al respecto.

Recapitulemos el banquero se queja del sindicalista y el sindicalista del banquero, mientras los ciudadanos vivimos como simples espectadores el conflicto entre los que nos estafan, mientras nos siguen estafando. Que el banquero nos cobre una comisión indebida, es exactamente igual que cuando el sindicalista, liberado, se va de excursión con su novia, tomándose el día libre. Cuando el banquero nos ofrece la mejor hipoteca que sabe que es dos puntos porcentuales mayor que la de su vecino de profesión, no es menos inmoral que el sindicalista que exige un 2 % de incremento de sueldo a los trabajadores a un empresario asfixiado, para elevar el rango del sector laboral del que se ocupa, consiguiendo que el empresario cierre su negocio y despida a los representados por el sindicalista.

La representación de los ciudadanos se ha convertido en un magnífico negocio para políticos y sindicalistas, no menos rentable que la custodia de los recursos de los ciudadanos por el banquero. En un mundo en que la interpretación de las leyes depende de la política podemos esperar lo peor, al igual que de una empresa bancaria que no tenga transparencia.

Creo que los ciudadanos de este país estamos comenzando a despertar de un largo sueño y nos aventuramos por un criterio equilibrado, alejado del dogmatismo, a la hora de juzgar las acciones de los banqueros, los sindicalistas y los políticos. Evidentemente, ninguno de ellos tiene interés en que esto ocurra, mientras se beneficien de la vigencia de la situación actual.

Algo parecido ocurre con los impuestos que pagamos, de los que un porcentaje elevado se dedica a mantener los servicios públicos que presta el Estado en sus diversas instituciones, pero queda un porcentaje importante de nuestros impuestos que se dedica a hacer política, simpre dirigida a engrandecer la opción que gobierna y empequeñecer todas las demás, es decir, un buen porcentaje de nuestros impuestos se dedica a la propaganda y las estrategias orientadas hacia el electoralismo populista.

Quizás dentro de unos años debamos exigir a nuestros políticos el fin de los despilfarros, todavía estamos lejos de poder decidir a que se dedican nuestros impuestos. Un mundo intercomunicado de forma inmediata no solo exige transparencia diáfana sobre los asuntos económicos del Estado, es decir, como se gasta el dinero que recauda de nuestros impuestos. Siempre que se establece una relación comercial, como la gestión de servicios que administra el Estado, el cliente tiene derecho a exigir que los servicios prestados cumplan con las condiciones ofrecidas. Hasta que los ciudadanos no decidamos en que se gastan nuestros impuestos, viviremos en una despótica tiranía de oclócratas que nada tiene que ver con una democracia, cada día se está demostrando que es insuficiente con conceder la confianza a una opción política determinada cada cuatro años en las urnas.

Muchos de los que hoy están en el paro gracias a Zapatero después de haberle votado para que mejorara sus condiciones de vida, no creo que estén satisfechos con esperar varios años para mostrarle su desdén o elegir una alternativa, algo que si puede hacer con un banquero, sacando el dinero de su entidad y depositándola en otra de forma inmediata, si no está conforme con su gestión.

En política o en cuestiones sindicales eso hoy resulta imposible, las elecciones democráticas y su periodicidad se han convertido en un cinturón de hierro que protege a los representantes políticos de la voluntad de sus electores, cuando un político o un sindicalista sale elegido en unas elecciones sabe que tiene por delante cuatro largos años para hacer lo que le dé la gana sin tener que dar explicaciones a quienes le han promovido a la representación, como además ha sido designado por su partido y no elegido directamente por los ciudadanos, puede ampararse en el grupo para cometer todas las fechorías que estén a su alcance, con la seguridad de que su partido intentará ocultarlas de forma corporativa para no ver dañada su imagen pública.

Creo que la cuestión de la representación política o sindical estaba bien para las épocas en que las comunicaciones inmediatas eran prácticamente imposibles o los ciudadanos prácticamente analfabetos, pero hoy la situación ha cambiado, sin embargo las formas electorales siguen siendo las mismas que en el siglo XIX.

¿Por qué la relación democrática entre ciudadanos y política no ha avanzado ajustándose a las nuevas tecnologías, que permitirían votar y vetar con la misma facilidad a los representantes políticos o sindicales?. Pues sencillamente porque la democracia se ha convertido en una estrategia o coartada que permite a los políticos y sindicalistas mantenerse aferrados al poder, resultando prácticamente invulnerables y en caso de delinquier, queda en muchas ocasiones en impunidad.

La mayor y más importante desigualdad que existe en España es entre los ciudadanos que deben elegir a sus representantes para que la democracia permanezca viva y los políticos que son elegidos por los jefes de sus partidos y ratificados por los que acuden a votar en las urnas. Prácticamente esto ha creado una oligarquía endémica de representantes políticos y sindicales, sin renovación alguna, que empobrece y corrompe la democracia.

Sería bueno que saliera en este país un partido o asociación que eligiera a sus representantes por sorteo censal. La cuestión sería sencilla y así al menos lograríamos vencer la fuerte resistencia oligárquica que destroza nuestro presente y futuro.

El método es fácil, en el censo todos podemos tener un número asignado y público que se podría consultar por internet con anterioridad, posteriormente se elegirían por cada circunscripción mediante un sorteo similar a la lotería, el número de cada uno de los futuros representantes públicos, esa lista electoral estaría democráticamente garantizada porque habría sido extraida directamente del pueblo. Estoy seguro de que eligiendo de esa forma a nuestros representantes, los problemas que veríamos en los parlamentos tendrían mucho más que ver con los problemas que realmente tiene la gente y recibirían soluciones adecuadas y no solamente las que interesan a los partidos políticos, en muchas ocasiones contrapuestas a las realmente necesarias, pero favorables a los intereses de los representantes políticos o a los partidos que realmente representan, porque hace mucho tiempo que ya no representan a los ciudadanos. Sería una magnífica forma de resolver todos los problemas que nos ocasiona la política a los españoles. Anda que no nos divertiríamos viendo lo que salía en Cataluña y el País Vasco, esas comunidades españolas que pasean su burka nacionalista con gallardía, por los páramos de la patria.

Biante de Priena

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