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jueves, 7 de octubre de 2010

El yugo y la espada


Una de las crisis fundamentales de nuestro tiempo está originada en el asedio que el relativismo estableció sobre cualquier verdad política, lo que ha servido para que el poder aherroje la libertad de nuevo. Siempre que acontece un cambio de paradigma filosófico en la civilización occidental, el poder avanza y la libertad retrocede, lo que respercute directamente sobre la opresión de los seres humanos.

Del pensamiento plural y diverso de los clásicos, tras la caida del imperio romano se pasó al pensamiento cristiano. San Agustín convirtió el pensamiento en creencia y la razón en fe, al considerar que la única forma de acceder a la verdad era a través de la revelación divina. No hubo desde entonces otras verdades que las dictaminados por los poderosos. La Edad Media duró mil años, y con escasas excepciones fue el periodo más oscuro del racionalismo occidental. No se podía distinguir por entonces lo que era razón y lo que era propaganda cristiana. Todo lo que se apartaba del pensamiento cristiano era considerado anatema o sofisma.

Las cosas cambiaron en el Arte con la llegada del Renacimiento y en la Ciencia con la llegada de Descartes y su método fragmentario, al que debemos la separación del ser humano, la vida y el cosmos en distintas partes. La totalidad debía ser fragmentada para su estudio y análisis. Quizás la más importante y perniciosa de las hazañas metodológicas cartesianas fue la separación del ser humano en mente y cuerpo. El cuerpo fue explorado desde entonces con ahinco, mientras que la mente fue despreciada como una caja negra intangible.

La división de la realidad establecida por Descartes organizó la segregación del mundo en sus partes, en sus diversos métodos de análisis, está fue la segunda alienación del ser humano, la primera había sido la proveniente de la patrística agustiniana. Desde entonces el ser humano no ha dejado de fragmentarse y alienarse en un camino ininterrumpido hacia su disolución. Hubo intentos de regreso al monismo por parte de numerosos pensadores que trataron de recobrar la unidad esencial del ser humano desde distintos planteamientos como Pascal, Spinoza, Hume o Hegel mientras que otros avanzaron sobre la doctrina cartesiana establecida como es el caso de Kant abriendo las autopistas racionales hacia el futuro del pensamiento, y dividiendo la razón en teórica y práctica.

Razón contra propaganda

Para Kant, la razón es la facultad formuladora de principios, que se divide en Razón Teórica y Razón Práctica, dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren a la realidad de las cosas, el conocimiento de la realidad, estamos ante el uso teórico de la Razón (Razón Teórica). Cuando dichos principios tienen como fin la dirección de la conducta, le estamos dando a la razón un uso práctico (Razón Práctica). En su uso teórico la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos. Razón, entendimiento y sensibilidad conforman las principales facultades cognoscitivas del ser humano. La razón siempre puede ser manipuladad y de hecho lo es, por la propaganda desde el poder.

La propaganda consiste en el lanzamiento de una serie de mensajes que busca influir en el sistema de valores del ciudadano y en su conducta. Richard Alan Nelson, la define así: “de forma neutral la propaganda es definida como una forma intencional y sistemática de persuasión con fines ideológicos, políticos o comerciales, con el intento de influir en las emociones, actitudes, opiniones y acciones de los grupos de destinatarios específicos a través de la transmisión controlada de información parcial (que puede o no basarse en hechos) a través de los medios de comunicación masiva y directa."

Hasta mediados del siglo XX la razón determinaba la realidad desde el positivismo, coherente con los cimientos de la democracia, la libertad, el cristianismo, el capitalismo, y el individualismo; sin embargo a partir de los años sesenta del pasado siglo todo fue cuestionado fundamentalmente desde la izquierda política. El pensamiento crítico, las teorías del conflicto, el marxismo y el cambio social establecieron que la verdad sobre la que se había construido el pensamiento occidental era injusta socialmente, aprovechando las nuevas tecnologías de la comunicación y la difusión cultural en la sociedad de masas.

Como Ortega y Gasset denunció en su obra La Revolución de las Masas, la razón política adscrita a la democracia liberal resultó desplazada por la política en interés de la democracia social. Los seres humanos individuales perdieron su condición auténtica para disolverse en elementos de una masa social amorfa.

Sociedad de masas y cosificación materialista

El ser humano occidental fue enjaulado nuevamente en su cosificación materialista, por el capitalismo desde el mercado y por el marxismo desde el Estado en una nueva alienación. Los seres humanos individuales perdieron su identidad para convertirse en elementos que conforman un cuerpo social decapitado, por el dogmatismo de la razón social: productores, consumidores, clientes, contribuyentes, usuarios, votantes, y creyentes fueron las nuevas categorías de pertenencia y etiquetamiento. La libertad pasó de ser elección sobre lo que existe, a decisión sobre lo que se ofrece. El secuestro social beneficiaba así tanto al poder económico como al poder político.

La postmodernidad desde el relativismo y su aplicación del constructivismo cerró aún más las posibilidades de la libertad, para favorecer las del poder. La verdad no existe y la realidad es perspectiva, mirada, determinada por la posición de percepción, algo que ya había anticipado Ramón del Campoamor al decir: “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, sin recibir el reconocimiento correspondiente por parte de los relativistas.

La verdad desde entonces es una creencia, una interpretación particular de la realidad tan valiosa como la mentira. Por tanto la razón es innecesaria, solo importa la perspectiva y la imagen, el nuevo culto iconoclasta contra las creencias tradicionales, con el ánimo de crear nuevas creencias, no para abolir las creencias, que era su propósito inicial. Realmente el relativismo es una finta para eludir la racionalidad, que no se soporta argumentalmente, porque si la verdad no existe, tampoco existe el relativismo como única verdad, como verdad dogmática que se ha terminado implantando en el pensamiento occidental. Si la verdad no existe, todo es mentira, algo que interesa al poder, para erradicar cualquier creencia que pueda amenazarlo.

La jaula social

Sin embargo, la erradicación del racionalismo individualista del pensamiento occidental fue inmediatamente aprovechado por la política, especialmente por las ideologías de izquierdas, para implantar la razón social. Al mismo tiempo que veían como la realidad acababa con el régimen soviético, con el socialismo real y se producía la caída del muro de Berlín en 1989, mostrando el fracaso de sus principios, se establecía el asalto a los cuarteles de invierno en las democracias capitalistas.

El ser humano se convirtió definitivamente en ser social, interlocutor de identidad incierta al que se dirigieron desde entonces las propuestas políticas. La propaganda (influencia política) y la publicidad (influencia comercial o mercantil) ejercieron desde entonces su dominio en una cultura que abjuraba del conocimiento y abrazaba la imagen, la realidad representada. Una imagen vale más que mil palabras, aunque sea un montaje televisivo. El medio es el mensaje, aunque solo dé las noticias que interesan desde el poder, por qué quien controla la información mantiene el poder.

Desde entonces y apoyándose en el relativismo se impuso un nuevo culto icónico: solo existe lo que sale en la televisión, en los medios. La realidad terminó siendo exclusivamente la realidad representada, que siempre era la realidad que interesaba presentar al poder, esa incierta realidad social que no distingue al rico del pobre, al libre del esclavo, al inteligente del idiota, a la mujer del hombre, al niño del viejo, al blanco del negro, esa realidad social que desidentifica y vuelve anónimo al ser humano, desde la opresión mediática y la violencia política que reduce la libertad del ser humano a las alternativas correctas que se ofrecen desde el poder.

La generalización de la inmersión de los seres humanos libres e individuales en una sociedad de masas amorfa conduce a la globalización, que considera que la única libertad del ser humano solo puede ser social, convirtiéndose en anatema pensar por sí mismo más allá de los límites establecidos, permitidos o impuestos por el poder.

La democracia es social, la justicia es social, la economía es social, la política es social, la cultura es social y muy pronto la libertad también sera social. Pero cuando nos miramos al espejo o miramos a nuestros semejantes no vemos seres sociales, sino seres humanos que cada día sienten más extrañeza de la condición social exclusiva que le han asignado.

Sin libertad política

Desde entonces rige en este mundo una ley yugo sobre la libertad, seremos libres en los límites que el poder establezca en sus políticas, fundamentadas en las creencias ideológicas que se irán alternando en su abuso y detentación, para perpetuar el más de lo mismo. Hoy gobernarán los socialistas, mañana los conservadores, según convenga a las grandes corporaciones internacionales económicas y políticas.

No hay más, el fin de la historia consiste en la extinción de la libertad política, del individualismo, de la identidad humana particular de cada ser humano, de la pluralidad y de la diversidad, todos los seres humanos seremos clones que conformaremos una sociedad aglomerada para que el poder pueda determinar su destino colectivo, según convenga a los que lo administran.

Toda creatividad o novedad será abortada en su origen por las fuerzas que imponen el orden requerido desde el poder. El poder nos asimilará. Seremos libres para movernos en la gran jaula mediática que se ha construido, podremos pensar lo que queramos, decir lo que nos apetezca, consumir según nuestras preferencias y recursos, hacer lo que nos dé la gana, incluso podremos cambiar de programa en la televisión con el mando a distancia, o mirar en internet lo que queramos y decir lo que bien nos parezca, pero eso no servirá absolutamente de nada para cambiar nuestra condición de seres sociales y podremos hacerlo siempre que no comamos el fruto prohibido de la libertad política del árbol del bien y del mal, que no cuestionemos el poder existente, que aceptemos nuestra condición de esclavos anónimos y amorfos que cada día viven peor, más distorsionados y extraños de si mismos para que los que detentan el poder en nuestra representación no vean peligrar su futuro, ni el del sistema que les permite ser cada día más libres a costa de que sus representados seamos cada día más siervos de sus veleidades arbitrarias.

¿Realmente avanzamos o estamos retrocediendo?. ¿No estamos acaso ante una nueva verdad revelada por la propaganda desde el poder?. ¿No es lo social una jaula que excluye nuestra libertad?. ¿No es la razón colectiva el verdugo de la razón individual?. Antes de que sea demasiado tarde, estaremos obligados a elegir entre asumir el yugo social que nos impone el poder o la espada para reconquistar nuestra libertad individual. Hoy como ayer, la verdad nos hará libres y cada uno debe elegir su verdad por sí mismo, sin permitir ninguna interferencia desde el poder.

Biante de Priena

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