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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Una agencia pública contra el engaño


¿Alguna vez han pensado que ocurriría en este país si realmente funcionaran bien las cosas?. Quiero decir por ejemplo que pasaría si los representantes públicos que se eligen en las urnas fueran realmente responsables, tuvieran un envidiable talento y cada vez que se gastaran un euro público, lo hicieran con el mismo criterio que si fuera de su propio bolsillo. Posiblemente en los diarios veríamos noticias sobre la cria de los castores en Canadá o que un pingüino emperador ha recorrido patosamente cientos de kilómetros para aparearse. Las imágenes de los telediarios recogerían el parto de un panda, el otoño variopinto de Vermont y los cambios hormonales que los seres humanos sufrimos en una interacción emocional.

No teniendo que dedicar buena parte de nuestra miserable existencia a conocer lo que han dicho Rajoy o Zapatero, podríamos descubrir la sutileza literaria de Borges o Zweig, descubrir las melodías de Dvorák o Mahler, disfrutando de un scape land desde la estación espacial internacional. Sin embargo, eso no será posible, porque los políticos han invadido nuestras vidas como bárbaros, para ocupar toda nuestra atención. Que si hay derroche público, que si nos suben los impuestos, que si han pillado a un concejal del PP llevándose lo que no era suyo y a otro del PSOE en el municipio de al lado haciendo lo mismo.

Realmente, a pesar de lo que indiquen los gurús de la información, la era de la comunicación masiva no creo que procure más bienestar a los ciudadanos en las próximas décadas y menos en España, esta nación tan desvencijada que ya no se sabe si va, viene o se entretiene. No es extraño que el estrés haya elevado la presión arterial de los españoles, que haya más conflictos en las relaciones familiares o de pareja o se hayan incrementado los accidentes de tráfico, al tiempo que cada día asistimos a la exposición de noticias que nos sacan de quicio.

Empero, quiero hacer una sugerencia a los lectores de este blog tan acostumbrados a ser testigos de la deletérea deriva que acontece con las cosas públicas, que conciernen al interés común de los ciudadanos en nuestro páis, así como la exposición de muchas vidas privadas de esos nuevos mártires del escarnio y la mofa que salen en la tele, bien cobrando por ello, eso sí. Mi propuesta es crear una agencia pública contra el engaño.

No sería difícil, se elegiría un comité independiente que fuera mutando sus miembros cada tres meses que se encargaría de asistir a todas las denuncias que los ciudadanos hicieran sobre las múltiples estafas a que son sometidos por todos los depravados parásitos que viven del malestar ajeno. No es baladí la cuestión, porque en estos momentos es difícil encontrar algo público o privado que no esté directamente fundamentado en el engaño.

Fíjense ustedes en todos esos productos sanitarios que nos ofrecen desde el elixir de la larga juventud, hasta los crecepelos de toda la vida, pasando por las vitaminas que incrementan el vigor sexual o que nos devuelven la memoria y la atención. Ciertamente hay mucha gente que cae en las trampas publicitarias con la facilidad que las moscas en la miel. Si la gente hiciera una simple reflexión se daría cuenta de que muchos de los productos que se ofrecen son un engaño, porque de no serlo hace tiempo que viviríamos eternamente, no habría calvos, nadie tendría impotencia o inapetencia sexual y todos recordaríamos al menos lo que no olvidaba Funes el memorioso. Decía Aldoux Huxley que la ciencia médica ha avanzado tanto que ya nadie puede considerar que está sano, y no le faltaba razón: ¿quién tiene la certeza de que no tiene algún padecimiento oculto a punto de manifestarse?.

Pero quien dice productos parasanitarios, también puede ocuparse de los alimentos que adelgazan, las bebidas que nos llevan al paraiso, o las dietas espectaculares que nos devuelven la juventud perdida y todas sus virtudes. Alguien se preguntará por qué no se regula desde el Estado la veracidad publicitaria sobre productos de gran consumo, pues por una sencilla razón, posiblemente por qué nadie tenga interés en que recibamos una información correcta y por qué los publicistas se las saben todas, con decir que tal producto puede hacer tal cosa (aunque tenga realmente más posibilidades de que no haga nada, es decir, que sea ajena al proceso que pretende solventar) ya es suficiente para ser admitida.

Imagínense ustede que mañana les digo que el extracto de los huesos de aceituna molidos, en dosis mínimas perfectamente encapsuladas y presentadas, pueden prolongar la vida, y lo hiciera aprovechando el máximo share de publicidad, fichando a una actriz madurita de buen ver hablándonos de sus ventajas. Les aseguro que al día siguiente cientos o miles de personas acudirían a interesarse por el asunto a la farmacia más próxima y se dejarían unos cuantos euros en “las píldoras de la juventud” que deberán tomarse de forma pautada durante un periodo prolongado de tiempo suficiente, no menos de dos o tres años, para comenzar a comprobar sus efectos. Pasados los tres años y viendo que no ocurre nada espectacular, algunos abandonarían el tratamiento pero no se lo dirían a nadie, porque gracias al fenómeno de la disonancia cognitiva, asumir que han sido estafados sería publicar su ingenuidad irredenta, y a nadie le gusta que le consideren idiota, y menos entre sus amigos para que se lo recuerden siempre.

Así que mientras el inventor del “olivochelix”, ese producto milagroso tan reconocido, se pasea con su yate por la costa azul, miles de ciudadanos se habrán dejado miles de euros sin haber rejuvenecido ni un día, por qué ya estaba perfectamente advertido en el prospecto del producto que el efecto del milagro podía darse o no, dependiendo de las característica personales y ambientales a las que estuviera expuesto el sujeto, siempre particulares y diversas, sin decirnos cuales eran las que aseguran su funcionamiento, por supuesto.

Por lo tanto tendremos un hombre de negocios navegando por Cannes en vez de un truhán condenado a veinte años de cárcel por estafa. No crean que no tiene importancia la cuestión, porque el inventor del olivochelix posiblemente haya contribuido a la riqueza de este país comprando una factoría de producción, contratando a cincuenta trabajadores y pagando sus impuestos, haciendo nuevas inversiones en nuesvos productos que “pueden” resolvernos la vida, incluso exportando su producto a otros países con más ignorantes que en el nuestro con las bendiciones del instituto de exportación correspondiente, con la garantía del Estado español.

Pues si alguno ha entendido el ejemplo, aún con esfuerzo, le sugiero que ahora traslade su conocimiento al ámbito de la política y fíjense ustedes lo que pueden hacer nuestros loados representantes públicos ofreciéndonos reiteradamente el paraiso aunque cada día nos aproximen más al infierno.

Por eso insisto en crear una agencía pública contra el engaño, tanto si es en forma de publicidad comercial como propaganda política o manipulación de la información en los medios de comunicación. Sería una forma magnífica de aligerar el paro, contratando un par de miles de desempleados que recopilaran toda la información en toda España, además sería muy ilustrativo, porque cuando se dijera desde la agencia que el señor Zapatero ha mentido al igual que el señor Rajoy en tal fecha y circunstancia, y se acumularan todos sus engaños se podría hacer un magnífico “hit parade” del asunto, que podría extenderse a todos los políticos españoles, crando un ranking de estafadores públicos nacionales, autonómicos y municipales, y la cota alcanzada se podría exponer al lado de su nombre en las papeletas electorales.

El señor Zapatero con 2487 mentiras contrastadas se presenta a las elecciones en oposición al señor Rajoy que acumula 2387 mentiras contrastadas. Elijan ustedes a su mejor representante. En cuanto a los distribuidores del olivochelix sería fácil añadir en el prospecto del producto por ley, que no ha sido contrastado en sus efectos, su consumo puede ser perjudicial para la salud o no serlo, hasta que no se demuestre la cuestión de forma contrastada.

Pero descuiden, esto no ocurrirá, ¿cómo van a controlar a los estafadores los que no dejan de estafarnos todos los días gracias a que les hemos concedido el poder de hacerlo con nuestros votos?. Al contrario, la tendencia de los políticos será contratar a todos aquellos que pueden envolvernos mejor en la mentira, entre ellos ese procer de la humanidad que inventó el "olivochelix", contribuyendo al incremento de la riqueza nacional y a la reducción del paro.

Biante de Priena

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