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miércoles, 22 de diciembre de 2010

"En busca de la Civilidad Política", por Francisco Álvarez Cascos


Discurso pronunciado por el autor, al recibir el Premio a la Trayectoria Política 2011 concedido por sufragio secreto por el PP del distrito de Salamanca de Madrid (16-12-2011)

La palabra gratitud es la primera que tengo guardada cuidadosamente desde el día que vuestro presidente, Iñigo Henríquez de Luna, me dio la noticia por teléfono del resultado de la votación secreta ...que celebrasteis en la Junta del Distrito para conceder el Premio a la Trayectoria Política que forma parte de vuestra mejor tradición navideña.

Me honra especialmente compartir vuestras distinciones con otros militantes cuyos valores personales admiro: la condición de parlamentario brillante de David Pérez y la eficacia infatigable de Carmen Gomez Olivares. Los dos tiene en común una virtud imprescindible en el éxito del Partido Popular: el espíritu de trabajo que caracteriza la trayectoria de los dos, con el que me identifico y con el que me siento especialmente de poder recibir el mío en su compañía.

En política, más que en ningún otro campo, es verdad la sentencia “machadiana” de “se hace camino al andar”. La trayectoria es el resultado de ese caminar, para mí ya largo, desde el día que decidí afiliarme a Reforma Democrática. Me tocó desempeñar muchas responsabilidades honrosísimas, desde la de concejal a vicepresidente del gobierno, pasando por la secretaría general del partido. Por eso, después de tanto tiempo vivido, pienso que es muy acertada la frase que incluye Esperanza Aguirre , en su libro “Discursos para la Libertad”, citando al revolucionario americano Patrick Henry: “solo tengo una lámpara para guiar mi camino, que es la linterna de la experiencia”. En política, la pareja perfecta del sentido común, que como decía Descartes, “es la cosa mejor repartida del mundo”, es la experiencia. Sin sentido común y sin experiencia, la política carece de fundamentos sólidos.

Por eso mismo, la política no es un destino que escoge un ciudadano para pasar una temporada y que abandona cuando lo cree oportuno. En la política estamos siempre acumulando consciente o inconscientemente experiencia, y en ella nos mantenemos de forma permanente. Quejarse de un bache, protestar del colegio o reclamar justicia es estar inmerso en política. Un ciudadano puede implicarse más o menos en la solución de los problemas. Pero vivir en sociedad es estar en política aunque alguna o muchas personas se empeñen en decir que “yo no soy político”; paradójicamente, esas personas suelen ser las más exigentes o las más preocupadas por la política.

Desde mi experiencia, me atrevo a aconsejar a todo el mundo que es bueno siempre la máxima cercanía a los asuntos públicos, para evitar las distorsiones más típicas de la distancia como son los espejismos, unas ilusiones que se desvanecen con la proximidad de la imagen real. La cercanía evita a los ciudadanos las falsas ilusiones. La cercanía no compromete sino que permite escoger a cada uno mayor o menor responsabilidad en lo que sucede cada día. Hace seis años decidí apartarme de la primera línea de las responsabilidades públicas, pero nunca he dejado de estar en política ni de sentirme comprometido con ella, ni de sentir el efecto enriquecedor de la experiencia aunque no haya desempeñado cargo público alguno en los últimos seis años. La forma de vivir cambia algo. Por ejemplo, antes tenía que ojear todos los días la prensa por la mañana con mucho detenimiento y en cambio otras lecturas que me interesaban como distracción las tenía que leer muy rápido. Ahora, al contrario, ojeo la prensa diaria más deprisa y puedo recrearme en otras publicaciones con más sosiego.

Entre ellas, hace muy pocos días, me interesó mucho el discurso del Nóbel de Literatura Vargas Llosa en Estocolmo. En su intervención dedicó unos párrafos a “la historia feliz” de la transición española “un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad política prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo a favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico”. Su reflexión me trajo a la memoria que la historia emocionante de nuestros treinta y cinco años de democracia, que coinciden con los años de mi dedicación intensa a la política, historia en la que cada uno de nosotros tuvo y tiene un trocito de protagonismo y otro trocito de responsabilidad, presenta en los últimos años una deriva que cada vez nos ofrece nuevos rasgos preocupantes y que nos aleja de las virtudes colectivas de la transición que elogiaba Vargas Llosa.

En la sociedad española, además del desencanto que produce nuestra crisis económica, cunde la sensación de deterioro de los niveles de convivencia, preocupación anterior y más profunda, que nada tiene que ver con los altibajos normales entre los sinsabores y las alegrías del sistema de democrático de representación y de alternancias, sino más bien con la degradación de las bases éticas , que se suponen previas al propio sistema. Los límites de los comportamientos en virtud de los cuales el rival, el competidor, es un adversario pero nunca un enemigo se están rebasando con demasiada frecuencia. Parece que ganar unas elecciones da derecho a exterminar al rival más que el deber de respetar al adversario perdedor. Parece que en interés del gobierno, el estado de derecho se puede torcer y retorcer para justificar cualquier conducta, como si el fin justificara los medios. Los que vivisteis nuestros años de travesía del desierto en AP para sobrevivir como fuerza política, luego los de afianzamiento del PP como alternativa y finalmente los del éxito como gobierno con José María Aznar al frente ¿recordáis alguna etapa de una mayoría intolerante abusando de los medios del estado para utilizarlos tan sectariamente en su afán de controlarlo todo en la sociedad? ¿Recordáis alguna etapa de un ejecutivo fracasado dedicado a la propaganda y a la descalificación para anular a la oposición como titular del derecho al control y a la presentación de alternativas?

En un libro cuya lectura sosegada os recomiendo porque nos ayuda a analizar estos conflictos, titulado “El malestar de la democracia”, el sociólogo español Víctor Pérez Díaz describe y apela a la necesidad de desarrollar una contratendencia basada en el ejercicio de la civilidad política, que a mí me parece de organización urgente. El protagonismo de esta contratendencia basada en la civilidad políti...ca solo puede corresponder en estos tiempos al Partido Popular, en una tarea paralela y no menos exigente que la tarea de ofrecer una alternativa creíble para sacar a España de la crisis. Tenemos que asumir el liderazgo del movimiento de la civilidad política por obligación y, además, por devoción, desde el momento mismo que, como proclaman nuestros estatutos desde nuestra fundación como partido político, somos el partido que sitúa a la persona como eje de nuestra acción política, lo que equivale a subrayar nuestro compromiso con los valores del respeto a los demás, para establecer un estilo de cómo debemos tratamos unos a otros, como ciudadanos fuera del partido, y como compañeros dentro, rechazando las descalificaciones, los menosprecios y los insultos como arma de eliminación de los enemigos. Empezando por dar ejemplo nosotros, tendremos la mayor legitimidad para denunciar los desafueros de nuestros adversarios.

La degradación de la convivencia en España se está convirtiendo, además, en el caldo de cultivo del descrédito de la política, de tal forma que comienza a extenderse la fórmula mágistral de la “despolitización” para solucionar los más variados problemas, aplicada con la varita mágica de estigmatizar a todo aquel que haya desempeñado responsabilidades públicas. La última conquista de esta fórmula magistral la podéis encontrar a diario en los ríos de tinta de la reforma de nuestras Cajas de Ahorros. ¡”Hay que despolitizarlas”! ¡”Fuera los políticos”! reclaman una y otra vez unos supuestos expertos independientes. ¿Quiénes son esos políticos tan perversos? ¿No estarán interesados los que lanzan esas acusaciones en que la sociedad mire hacia otra parte para encontrar chivos expiatorios de la crisis financiera?.

Sin tener acceso a ningún documento confidencial he recortado en la prensa las crónicas de algunos de los ejemplos más sonados en el mundo entero que han llenado protagonizado la crisis:

-En EE UU las sociedades hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae; los bancos Indy Mac, Lehman Brothers, Bear Sterns y Merryl Linch; y la aseguradora AIG

-En el Reino Unido los bancos Northern Rock, Royal Bank of Scotland, Lloyds y HBOS.

-En Alemania los bancos Hypo Real State, Dredner Bank, Commerz Bank, West Deusche Landesbank.

-En Belgica y Holanda el banco Fortis.

He buscado peligrosos políticos entre los responsables y no encontré ninguno. Tampoco leí que la respuesta a sus colosales crisis se resuelva en esos países con la fórmula mágica de la “despolitización” de los bancos, sencillamente porque no estaban en ellos. Es verdad que en España tenemos un caso sonado en Caja Castilla La Mancha, y no me parece justo que la excepción se use como ejemplo generalizado .

Vista la realidad de la crisis y sus orígenes, ¿No será más ajustado a la realidad solucionar los problemas luchando contra la incompetencia y contra la frescura? Me niego a aceptar los estigmas que tratan de colocar a los políticos en la picota, o de inhabilitar a quienes hemos dedicado parte de nuestra vida a servir a los intereses generales para desempeñar responsabilidades en la vida civil. Esto no puede hacerlo el partido del gobierno porque no tiene credibilidad. Pero no tiene credibilidad, no por culpa de estar en política sus miembros, sino por llevar a las máximas responsabilidades políticas a equipos de incompetentes, que son los que provocan los escándalos y los fracasos.

Tenemos que reivindicar desde el Partido Popular la honorabilidad de la actividad política en España, y explicar a los españoles que nuestros problemas se solucionan estimulando el mérito, reconociendo el prestigio, fomentando la excelencia, estimulando la competencia, ensalzando la coherencia, o valorando la experiencia, y no con frases de aliño ni frases magistrales sobre la “despolitización” más propias de otros regímenes de triste recuerdo.

Al agradecer vuestro afecto y vuestra generosidad, quiero finalizar mis palabras brindando por el éxito del Partido Popular. Un deseo de éxito que nos obliga a asumir el liderazgo del movimiento de regeneración de la civilidad política y a reivindicar el mérito y la competencia en el servicio público, por necesidad nacional y por vocación fundacional, para devolver a la democracia, frente al malestar provocado por estos seis años de pésimos gobiernos sufridos, la patente de bienestar que reclaman y merecen los españoles.

Muchas gracias.

Francisco Álvarez Cascos

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