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jueves, 24 de febrero de 2011

Civismo en la España del siglo XXI


Poco se habla de la condición que nos convierte en ciudadanos, porque parece que ser ciudadano se ha convertido en una condición pasiva y no activa. Grave error, ser ciudadano no es una condición hereditaria, sino adquirida. Nos hacemos ciudadanos cada día, desde que nacemos hasta que nos vamos. Ser ciudadano es un resultado, antes que un propósito, una elección, una decisión, no una asignación, ni una designación, porque no proviene de los criterios clasificatorios del poder, sino del reconocimiento de nuestros homólogos, de su respeto. La autoridad no nos hace ciudadanos, somos los ciudadanos los que debemos hacer la autoridad. Los ciudadanos hacemos la sociedad y el Estado, no es la sociedad, ni el Estado, ni el poder, lo que nos hace ciudadanos.

Un ser humano que nace en España (o adquiere la nacionalidad española) es uno de los 46 millones de españoles que se reparten de forma alícuota y equitativa la soberanía de la nación española. Eso nos ofrece la máxima condición de igualdad, porque todos los españoles somos iguales en relación a nuestra soberanía. Pero la ciudadanía es una condición adquirida siempre, hay buenos y malos ciudadanos, ciudadanos responsables e irresponsables, ciudadanos que cumplen con las leyes y otros que las incumplen. El criterio que determina la condición ciudadana es precisamente el civismo. Hay un error insidioso que se repite sin fin en la cultura española, lo que nos hace iguales a los españoles es nuestra condición soberana, ningún español puede ser más que otro en relación a su nación, pero la ciudadanía es una condición que nos hace diferentes, porque hay buenos ciudadanos y malos ciudadanos, al igual que hay buenos políticos y malos políticos.

La soberanía ciudadana (o popular) es algo que proviene del ámbito republicano, los franceses son soberanos porque son ciudadanos, pero los españoles somos ciudadanos porque somos soberanos. La diferencia es muy importante, en Francia es el Estado jacobino el que concede la condición ciudadana, en España es la nación española –la reunión de todos los españoles, el pueblo español- la que lo establece, no el Estado, porque en nuestra Constitución queda extraordinariamente claro que somos los españoles los que constituimos el Estado español, no el Estado español el que constituye a los españoles. En nuestro caso, es la nación la que hace el Estado, no el Estado el que hace la nación, aunque a la inmensa mayoría de nuestros políticos, nacionalistas y no nacionalistas, se les haya olvidado para defender sus intereses

Tras este preámbulo estamos en condiciones de saber que es lo que nos hace ciudadanos a los españoles, que es prácticamente lo mismo que a cualquier ciudadano europeo, mientras que es la condición de soberanía la que nos distingue de los demás europeos y nos hace exactamente iguales a los demás españoles.

El civismo es el criterio que nos hace ciudadanos, que nos convierte en ciudadanos responsables, que nos otorga la condición colectiva que se ha diluido de forma extravagante en el concepto de sociedad. La sociedad es un ente abstracto mientras que la ciudadanía es una condición política que va en paralelo con la condición de los gobernantes y representantes públicos en el Estado. La ciudadanía ha sido usurpada por la designación social desde el poder, desde el Estado, los políticos han convertido a los ciudadanos en sociedad, para su administración homogénea desde el Estado, convirtiendo de forma desapercibida a los ciudadanos en súbditos y sometiendo su soberanía a a su poder omnímodo.

Recobrar la condición ciudadana, individual y colectiva, abjurando de la designación social, que considera a los ciudadanos como masa amorfa, es imprescindible para exigir rigor y responsabilidad a nuestros políticos. El civismo nos ofrece esa oportunidad, por eso es muy importante que cumpamos con los criterios de nuestra condición civil para que podamos exigir, no solo desde el contrato social, sino desde la potestad civil que se respeten nuestra libertad y derechos, que se administre la justicia con equidad y rigor, que los representantes públicos cumplan con sus obligaciones

Civismo es el conjunto de reglas compartidas que un colectivo humano se concede y exige a sus miembros para una convivencia armónica en común, pero también es la conducta pública que debe demandarse a los ciudadanos, conscientes de sus derechos y deberes, en relación a sus iguales en la colectividad y en relación a quienes administran el poder desde el Estado. El civismo no implica la participación en la actividad política, que puede darse o no darse según el grado de compromiso con las cuestiones públicas que cada uno decida.

Cifuentes Pérez, lo define así:"la construcción del concepto de ciudadano o ciudadana consciente de sus derechos y deberes, libre, crítico, responsable, participativo y solidario"

"El civismo designa un modo de comportamiento basado en actitudes de respeto y tolerancia activa hacia el ejercicio de los derechos y libertades de todos, aunque sean diferentes a nosotros en costumbres, moral o religión; el civismo tiene sentido en el marco del cumplimiento de las leyes en un Estado democrático y de derecho. En un contexto de tiranía, de despotismo o de dictadura el verdadero civismo adquiere la dimensión de la rebeldía cívica y de desobediencia civil. Ser ciudadano no es solamente tener los "buenos modales" que la burguesía preconiza como señal de buena convivencia y de orden social, porque esos buenos modales pueden servir de pretexto para encubrir una serie de injusticias que no interesa a los más poderosos descubrir ni eliminar"

Victoria Camps, sin embargo, prefiere añadirle la condición "social", considerando prácticamente que no puede existir un civismo que no sea social, algo que no se puede compartir, porque ambos términos no forman parte de la misma episteme, los ciudadanos pueden ser cívicos y sociales, esta reducción interesada puede conducirnos a numerosos equívocos. Lo civil o cívico es una cosa y lo social otra muy diferente, evidentemente para algunas ideologías como el socialismo que tiende habitualmente hacia la confusión terminológica, termina siendo lo mismo, que es la mejor forma de lograr que nadie se entere de lo que realmente es cívico y lo que es social. Desde una perspectiva liberal, política o simplemente democrática, lo cívico es un concepto y lo social, otro muy diferente.

Victoria Camps lo define así, en su deriva confusa hacia lo social, erradicando su fundamento en la libertad: "El concepto de civismo, como también el de virtudes cívicas, ha ido adquiriendo importancia en los últimos años debido a la necesidad creciente de poner de manifiesto el papel que el ciudadano debe desempeñar en las democracias liberales. El liberalismo, en el sentido más amplio de la palabra, es el régimen político que se ha impuesto, especialmente en el mundo occidental. Digo liberalismo en el sentido amplio, que incluye el reconocimiento no sólo de los derechos civiles, sino también de los derechos sociales, como la educación o la protección de la salud. Entendido de este modo, el liberalismo se caracteriza por el reconocimiento de dos valores fundamentales, la igualdad y la libertad, siendo este último el prioritario, dando por sentado, no obstante, que sin unas políticas mínimamente equitativas, el derecho individual a la libertad sólo es un derecho formal, lo que equivale a decir que es un engaño".

Dos formas diferentes de observar el mismo concepto, la primera desde la libertad, la segunda desde su negación. Siguiendo las enseñanzas de Victoria Camps, llegamos a la extravagante conclusión de que es el Estado (o bien la sociedad), el que concede la condición cívica, y no la elección en libertad de los ciudadanos y su decisión voluntaria, la que los convierte en ciudadanos. Deduciéndose entonces que la condición ciudadana debe ser obligatoria e impuesta y no voluntaria, elegida en libertad, y asumida en responsabilidad.

Algunas de las condiciones que constituyen y determinan el civismo son las siguientes:
1) Cumplimiento de las obligaciones dimanadas de las instituciones públicas en relación a los servicios que estas les procuran. Respeto a la Constitución, respeto a las leyes que conforman el Estado de Derecho.

2) Interés por los asuntos del Estado, por las cuestiones públicas, al menos en el mismo grado que por los asuntos particulares.

3) Conciencia de que se forma parte de una comunidad que debe ser construida por todos, no exclusivamente por los políticos, sino por los políticos y los ciudadanos.

4) Respeto a las instituciones a lo largo del tiempo, a los valores comunes y compartidos, a su cohesión, a su historia y a su futuro común, a los objetivos políticos democráticos establecidos por todos, a su consistencia y a su esencialidad.

5) Acuerdo de colaboración con los demás ciudadanos del país en aspectos compartidos, a pesar de las discrepancias ideológicas, políticas y económicas que existan entre ellas. El objetivo es la convergencia y no la divergencia.

6) Un objetivo permanente, compartido por todos, de mejorar la situación institucional, económica, política y social de todos los que conforman la comunidad. Lo común está por encima de las particularidades, que deben ser asumidas, siempre que no se desvíen del objetivo compartido por todos o al menos la inmensa mayoría.

7) El civismo exige tolerancia con los que discrepan de nosotros siempre que no traten de imponernos su versión de la realidad

8) El civismo se resume en un “ethos”, una ética para la vida y la convivencia, un respeto al prójimo y la exigencia de su respeto. El civismo requiere equidad y respeto por una justicia independiente del poder político

9) El civismo se adquiere por educación en unos valores, principios y creencias comunes, que deben respetar los particulares o los diferentes, sin tentación de erradicarlos.
Ser un buen ciudadano, requiere conocer en que consiste el civismo y cumplir con los criterios que lo definen, así como exigir a los demás que los cumplan igualmente, pero fundamentalmente una "conciencia cívica". Tal vez siendo mejores ciudadanos nos pongamos de acuerdo para exigir que los políticos que nos representan lo hagan de forma eficaz y rigurosa. Si no nos respetamos a nosotros mismos, difícilmente podremos exigir respeto de los demás. El civismo debería ser la condición inexcusable que deberíamos exigir todos los ciudadanos españoles a nuestros políticos.

Recobrar nuestra identidad ciudadana, nuestra condición cívica, es un auténtico acto revolucionario en la España del siglo XXI.

Enrique Suárez

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