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viernes, 6 de mayo de 2011

El PP de Mariano Rajoy se va haciendo de izquierdas


Cuando Isabel Pérez-Espinosa, candidata del PP a la Presidencia del Principado de Asturias pronunció aquella memorable frase el 2 de enero de este año, un día después de que el exvicepresidente Alvarez Cascos hubiera abandonado el que fue su partido durante 34 años: “sin las siglas de mi partido no soy nada y Cascos tampoco, comprendí que si alguien no decía nada para corregir esta digresión, era que el PP se había convertido en una marca más de las qué, en nuestro país, funcionan con cerebro colectivo, y consideran que el bien de la sociedad es prioritario sobre el del individuo y que la justicia social del Estado debe imperar sobre el Estado de Derecho. La renuncia a la defensa de la libertad, en aras de aproximarse al poder, con una posición afable al electorado, a un país que sale de la hecatombe socialista, es más que un síntoma, una enfermedad perniciosa del partido de Mariano Rajoy.

Poco después, la candidata acusaba a su exsecretario general de deslealtad a su partido. Francisco Alvarez Cascos, que tendrá defectos pero también enormes virtudes, ni respondió, cuando podría haber dicho que si su partido abandona la lealtad a los principios y valores que ha defendido a lo largo de su historia, quien se comporta de forma desleal es el PP, y no el afiliado que lo denuncia y decide abandonar lo que ya no puede representarle.

Durante la égida de Mariano Rajoy por los caminos que le permitió Rodríguez Zapatero, nunca por otros, ni siquiera en intento fallido; el PP ha derivado en una trayectoria sinuosa por los derroteros de la realidad, por no decir siniestra. Asumiendo como correctas, propuestas del PSOE que resultan mutantes en su genética. El abandono de la defensa de una España en la que las diferencias nunca sobrepasen la igualdad de todos los españoles, la actitud denigrante en la defensa de las maltrechas libertades civiles y los derechos individuales, ante el acoso y violencia de las legislaciones socialistas; la aceptación de la socialización cultural en valores que no son los suyos, alejados de todo humanismo, cristiano o no cristiano,;los compadreos en cuestiones fundamentales sobre nuestra nación, soberanía, Constitución, independencia de la justicia, y libertades, y por último, la anuencia y ausencia en la oposición política activa, en una suerte de tancredismo con ambiciones electorales, que ha permitido que el PSOE deje España como un campo de patatas tras la cosecha.

¿Se ha contagiado el PP de socialismo?, ¿se ha convertido en una marca paralela del PSOE?, ¿por acceder al poder se pueden abandonar los valores, principios e ideología que sostienen un partido politico y convertirlo exclusivamente en una empresa electoral?. Estas preguntas deben ser respondidas por los electores, antes de depositar su voto en las urnas.

Lo que está claro es que en el PP actual, la ideología que prevalece es el social-liberalismo del señor Lasalle, una ideología que promueve de forma extravagante la claudicación del principio sagrado del liberalismo, que no hay más sujeto que el individuo, el ser humano individual como ámbito y límite de cualquier política que respete la libertad, algo que no se respeta desde las doctrinas colectivas socializantes. También hay políticas de gran endeudamiento como la establecida por el alcalde de Madrid o las Comunidades Valencianas, que tratan de funcionar en código de Estado Providencia, algo válido para las políticas socialistas de Andalucía o Castilla-La Mancha, pero impropio de programas liberales y conservadores, que intentan habitualmente el control del gasto y la eficiencia en el uso de los recursos públicos. Desde el Congreso de Valencia, el PP ha perdido su norte ideológico y se ha convertido en un partido acaparador, un cath-all-party que fundamenta en el populismo y el desgaste del rival su supervivencia, no en sus propios méritos, logros y esfuerzos.

También está claro que en el PP, hay liberales sin complejos, como Esperanza Aguirre por poner un ejemplo, que no aceptan las componendas consensuadas por los cerebros colectivos, y determinan desde su buen o mal criterio, sus reflexiones sobre la realidad.

Algunos dirán que el PP actúa con pragmatismo electoralista, no mostrando si es carne o pescado, por qué le interesa, pero no lo tengo tan claro. Cuando un partido político vende su alma al mismo diablo político que dirige los pasos de sus rivales, por un puñado de votos, es el momento de plantearse si se puede confiar en quien ante las políticas contra el terrorismo del Gobierno da la callada por respuesta, se olvida de las víctimas de ETA o cuando el Tribunal Constitucional aprueba que las listas organizadas por terroristas de ETA según sentencia del Tribunal Supremo se presente a las elecciones, gracias a los magistrados impuestos por el PSOE en el Constitucional, mira a otro lado.

Cuando durante siete años de descomposición y podredumbre política en España, organizada por la debacle el PSOE se ha quedado a verlas venir, sin intervenir prácticamente en la vida pública, en una oposición acomodada, es necesario preguntarse si el PP está en condiciones de presentar una alternativa al PSOE o sencillamente de ofrecernos una solución de continuidad. Es malo en esta vida heredar el poder político por los errores de los demás y no haberlo logrado por méritos propios, eso es una práctica artera que caracteriza a los que abjuran del mérito y los valores, y no de aquellos que los defienden a ultranza, a cualquier precio. Lo que está claro es que la valoración por los ciudadanos, de Zapatero en sus momentos más bajos, apenas se distingue de la de Mariano Rajoy en sus momentos más altos. Si del primero abjura la gente por haber hecho lo que ha hecho, destrozar nuestro país, habrá que preguntarse por qué abjura del segundo, si ni siquiera ha llegado a gobernar y sólo ha hecho oposición.

Biante de Priena

Discurso de dimisión de Adolfo Suárez (1981)


“Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad." Adolfo Suárez

Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.

Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.

No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él.

He llegado al convencimiento de que hoy, y, en las actuales cirscunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.

Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento.

No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos.

Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí con la de una persona aferrada al cargo. Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios.

Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.

Yo creo saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es la situación en la que nos hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como meditada.

He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra persona, a lo largo de los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España.

Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.

Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad.

De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y de frustaciones; de lealtad hacia la idea de un centro político que se estructure en forma de partido interclasista, reformista y progresista, y que tiene comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas injusticias como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de lealtad, si me lo permiten, hacia mi propia obra.

Pero este profundo sentimiento de lealtad exige hoy también que se produzcan hechos que, como el que asumo, actúen de revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad en las personas y en las instituciones.

Quizás los modos y maneras que a menudo se utilizan para juzgar a las personas no sean los más adecuados para una convivencia serena. No me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático de Gobierno basado en la opinión pública.

Pero el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia.

Querría transmitirles mi sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar en nosotros los españoles. Lo digo con el ansia de quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer en todos sus corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos.

Yo por mi parte, les prometo que como diputado y como militante de mi partido seguiré entregado en cuerpo y alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y del rearme moral que necesita la sociedad española.

Todos podemos servir a este objetivo desde nuestro trabajo y desde la confianza de que, si todos queremos, nadie podrá apartarnos de las metas que, como nación libre y desarrollada nos hemos trazado.

Se puede prescindir de una persona en concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para todos.

Por eso no me puedo permitir ninguna queja ni ningún gesto de amargura. Tenemos que mantenernos en la esperanza, convencidos de que las circunstancias seguirán siendo difíciles durante algún tiempo, pero con la seguridad de que si no desfallecemos vamos a seguir adelante.

Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras actitudes y comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia, a que este cambio sea realmente posible e inmediato.

Debemos hacer todo lo necesario para que se recobre la confianza, para que se disipen los descontentos y los desencantos. Y para ello es preciso convocar al país a un gran esfuerzo. Es necesario que el pueblo español se agrupe en torno a las ideas básicas, a las instituciones y las personas promovidas democráticamente a la dirección de los asuntos públicos.

Los principales problemas de España tienen hoy el tratamiento adecuado para darles solución. En UCD hay hombres capaces de continuar la labor de Gobierno con eficacia, profesionalidad y sentido del Estado y para afrontar este cambio con toda normalidad. Les pido que les apoyen y que renueven en ellos su confianza para que cuenten con el necesario margen de tiempo para poder culminar la labor emprendida.

Deseo para España, y para todos y cada uno de ustedes y de sus familias, un futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única justificación de mi gestión política y va a seguir siendo la razón fundamental de mi vida. Les doy las gracias por su sacrificio, por su colaboración y por las reiteradas pruebas de confianza que me han otorgado.

Quise corresponder a ellas con entrega absoluta a mi trabajo y con dedicación, abnegación y generosidad. Les prometo que donde quiera que esté me mantendré identificado con sus aspiraciones. Que estaré siempre a su lado y que trataré, en la medida de mis fuerzas, de mantenerme en la misma línea y con el mismo espíritu de trabajo.

Muchas gracias a todos y por todo.

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