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domingo, 1 de enero de 2012

La sociedad distraída

"El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y desapareció la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago" Woody Allen

Quizás el término distracción sea el que mejor define la sociedad española de comienzos del siglo XXI, realmente somos una sociedad distraída, en el amplio rango del concepto. Sin embargo, al mismo tiempo somos una sociedad excesivamente atenta a las circunstancias externas en las que se desarrolla nuestra vida, las condiciones en las que vivimos; mucho más que a nuestra propia vida y a las circunstancias internas que realmente la determinan, nuestras posibilidades, de las que habitualmente nos olvidamos.

Posiblemente, estemos viviendo una época que anuncia un cambio, un salto cualitativo, hacia delante o hacia atrás, eso no lo sabemos todavía. En estos momentos, en nuestro país, se está produciendo un combate entre dos modelos bien diferentes de sociedad, por una parte la sociedad que promueve más distracción y por otra parte la que promueve menos distracción. Parece que nos están obligando a decidir si nos hacemos definitivamente hedonistas o estoicos, de forma obligatoria; pero más bien, dadas las circunstancias, lo que se está produciendo es una fractura entre una juventud condenada al ocio y el hedonismo, aunque no sea por su voluntad, y una madurez y vejez condenadas al estoicismo, aunque tampoco sea por su decisión. Si utilizamos la variable trabajo, también podemos distinguir entre una sociedad que cada día trabaja más para vivir peor y una sociedad que no puede trabajar aunque lo desee, condenada a ocupar su tiempo en "distraerse" de su penosa situación.

En una sociedad con cinco millones de parados es importante que la gente esté distraída, porque esa es la mejor forma de que desatienda lo que realmente le concierne sobre su presente y futuro, pero también, esto le permite que pueda disfrutar del ocio obligado a que ha sido conducida, fundamentalmente por aquellos que consideraron unilateralmente, que nuestra sociedad era demasiado triste y aburrida, tratando de cambiar sus principios, valores y los criterios en la que estaba sustentada, para hacerla más alegre y divertida ("la defensa de la alegría" nos ha costado cinco millones de parados, un déficit del 8 %, una recesión, y una deuda galopante que amenaza nuesta permanencia en el euro), es decir, más distraída.

Aunque casualmente, esto ha permitido que algunos, quizás demasiados, hayan podido “distraer” buena parte de nuestros recursos públicos, además de socavar la moral compartida que pueda cuestionar su comportamiento.

Los seres humanos nos distraemos con facilidad, porque mantener la atención y alcanzar concentración requiere un considerable esfuerzo, tanto como actividad ordenada y disciplinada, como por la orientación a objetivos diferidos y no recompensas inmediata; pero también requiere un “sacrificio” al ocupar el tiempo en algo que realmente nos satisface menos que hacer otras cosas. El ocio prevalece como más atractivo frente al trabajo, el esfuerzo y la dedicación, en todas las sociedades

Aunque tal vez, la realidad no sea tampoco como la exponemos, porque posiblemente la distracción de nuestra sociedad no sea una consecuencia de los tiempos, sino una causa de los mismos. El impacto de las nuevas tecnologías en las sociedades avanzadas, la presión al consumo de ocio del mercado y la consolidación de un Estado Providencia (que algunos denominan “Estado del Bienestar), también han contribuido, sin duda, a crear esta configuración de la realidad.

Evidentemente, quien más se distrae, se habitúa a hacerlo, y al mismo tiempo pierde los hábitos relacionados con la responsabilidad y el esfuerzo que requieren actividades más penosas, como el estudio o el trabajo; así la capacidad de orientar nuestra actividad a objetivos de promoción personal o rendimiento laboral se va haciendo cada día más escuálida, en cierta forma nos hacemos más distraídos e inadaptados para los requerimientos que nos exigen las circunstancias, más perezosos y vagos. Esto se puede confirmar con la productividad de los inmigrantes en nuestro país que multiplica por dos o tres a la de los autóctonos, porque no se han dormido en los laureles y tampoco podrían hacerlo si quieren sobrevivir en mejores circunstancias.

Lo que realmente queda claro, es que desde las instancias que gobiernan el Estado en todos sus niveles no hay interés alguno por cambiar esta situación social que atravesamos, no se sabe si provocada de forma interesada o inercial con los tiempos, o tal vez ambas cosas. Y al mismo tiempo, estamos comprobando que correlaciona con unas circunstancias peores para todos, salvo para los políticos, que mantienen sus privilegios, al tiempo que en los ciudadanos se incrementan los perjuicios, tanto en los que trabajan como en los que no lo hacen, en los jóvenes y en los mayores, en las mujeres y en los hombres, en los habitantes de las ciudades o del campo, en los que más ganan y a los que viven de los subsidios, en los que trabajan y en los pensionistas.

No creo que debamos sentarnos a esperar a ver que ocurre, porque cuanto más tiempo sigamos con la misma hoja de ruta más nos costará regresar a la razón; ciertamente necesitamos una revolución, pero no con manifestaciones en las calles, sino en nuestro interior, en nuestra conciencia, tratando de mejorar nuestros recursos y buscando, personalmente, las vías que nos permitan salir del marasmo en el que estamos. Quizás lo único que necesitemos sea dejar de distraernos tanto, seleccionar correctamente los recursos de los que disponemos, abandonar para siempre la cultura de la dependencia y recobrar la cultura de la responsabilidad; y trabajar, aunque sea para encontrar trabajo.

Distraerse mucho y bien, hoy es prácticamente gratis, pero lo que resulta realmente injusto es que cada día muchos se puedan distraer menos de lo que necesitan, para que otros se puedan distraer más de lo que desean. De seguir así, los que trabajan cada día rendirán menos, porque no es justo que tengan que reducir sus distracciones hasta la inanición, para que otros vivan en la distracción hasta la saciedad, que posiblemente ni desean, ni han elegido.

El problema es que quien tiene que decidir como se resuelven estas circunstancias en las que vivimos los ciudadanos, es decir, los políticos, no las están atravesando, porque a ellos para nada les afecta la crisis en sus vidas. Así que mientras los políticos puedan vivir sin cambiar su sistema de vida, con crisis o sin crisis, no creo que hagan nada para resolver los problemas de los ciudadanos que no han sabido ser tan listos como ellos para librarse de la quema que se avecinaba, y por último, quiero añadir algo más, tal vez no sea que no quieran, sino que no sepan, porque dada la selección negativa en la que se ha desarrollado la evolución de la vida política en España en la última década, dudo que la cohorte del cejado o del barbado, de la talla para afrontar los graves problemas que tenemos en este país.

Así que ciudadanos, a moverse por lo nuestro, a controlar los gastos públicos y a tratar de limitar las nimiedades y las equivocaciones de los políticos que se han convertido en una casta de parásitos sociales a costa de la distracción “inocente” de los ciudadanos. Al final, pase lo que pase, de lo que estoy seguro es que cuanto más tardemos en hacerlo más cara nos saldrá la factura, que la vamos a pagar entre todos, menos los políticos, porque a ellos no les afectan los tiempos, ni las evaluaciones, ni los resultados, ni las consecuencias de sus errores y estupideces, porque son la nueva aristocracia y nosotros estamos condenados a servirles, como si fueran nuestros amos.

Enrique Suárez

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