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lunes, 11 de febrero de 2013

Adios Ratzinger


"Cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca" Benedicto XVI

No es costumbre de este blog tratar cuestiones religiosas, aunque realmente desde que la política ha sustituido a la religión en los motivos para creer en el nuevo sincretismo de la era mediática, deberíamos discernir los límites cada día más confusos en la doctrina de las Dos Espadas expuesta por el Papa Gelasio I en su fórmula curialista e interpretada por Guillermo de Ockham en relación a la división de poderes.

Siempre que se habla de religión, es interesante exponer el punto de partida, mi interés por las creencias no distingue mitologías de religiones, como diría Tales: “todo está lleno de dioses”, sin embargo podría decir que me encuentro a medio camino entre las enseñanzas del Rig Veda cuando expresa que lo mortal ha creado lo inmortal  y el deísmo de Voltaire, cuando manifestó con prudencia aquello de no hay reloj sin relojero. Sin duda me interesa el conocimiento de la fe, el hecho social o antropológico de las creencias, como elemento configurador de la historia y de las diversas interpretaciones de las características del ser humano, del mundo y de la vida, Mircea Eliade, Durkheim o James son esenciales en este caso para comprender la importancia de las creencias, no sólo religiosas, sino de todo tipo. Entre el acto de creer y el hecho de las creencias, hay un puente que nos une al destino.

Pero más allá de las disquisiciones personales, quisiera comentar alguna cuestión sobre el Papa Benedicto XVI, Monseñor Ratzinger y su decisión de abandonar la curia en vida, algo inusual pues no ha ocurrido en los últimos 600 años. Su talla intelectual ha sido posiblemente la más elevada de los Papas que hemos conocido durante el último siglo y su humildad, coherente con sus conocimientos, alejados de cualquier soberbia. Sucedió a un Papa carismático, de origen polaco, Karol Wojtyla, Juan Pablo II, con una ineludible presencia en la caída del régimen soviético y el muro de Berlín, que hizo numerosos viajes por el mundo llevando la palabra de Dios a los confines del planeta. Monseñor Ratzinger, es alemán, con todo lo que ello conlleva, no ha viajado tanto, ha hecho tres encíclicas, pero posiblemente ha dejado un poso de serenidad en la Iglesia. Se podría resumir su obra ecuménica diciendo que ha sido de continuidad en tiempos de sobresaltos e invitación a la reflexión en tiempos de confusión.  Se ha enfrentado a diversas situaciones escabrosas protagonizadas por representantes de la iglesia católica, mostrando subrepticiamente que la insania de los seres humanos puede alcanzar a cualquiera, incluso en el nombre de Dios. También ha sido un Papa innovador, pues ha adecuado determinados dogmas como los relacionados con el nacimiento de Jesús o el origen de los reyes magos a una versión más plausible, su exégesis ha sido, quizás, un legado de la infalibilidad de los Papas, mostrando que las versiones de la realidad (incluida la Historia Sagrada) deben adaptarse a la luz de los conocimientos.

Pero el homenaje laico que quiero rendir a Monseñor Ratzinger es por otro motivo más humano, haber sabido conciliar el pensamiento racional con las verdades reveladas y adaptarlas a los tiempos que vivimos, más allá de los ruidos mediáticos y los focos que todo lo oscurecen, sencillamente ha sabido mantenerse en su posición, de forma implacable, delimitando con seguridad el margen inevitable que existe entre la razón y la fe. Sólo por eso creo que deberá ser recordado, es difícil encontrar un discurso coherente y congruente en estos tiempos, en los que reina la mentira, la mezquindad y el marasmo (busquen sus fotos en google para comprobarlo y constatar la ardua tarea  de los enemigos de la libertad, que se esconden para impartir el siniestro totalitarismo de su respectiva fe, a costa de degradar a sus rivales en las creencias). 

Ratzinger nos ha dejado un legado y un mensaje: la verdad, existe, y todos somos súbditos de nuestras verdades, cada uno debe buscar la suya y ser fiel a ella, la mentira sólo nos puede conducir al deterioro sin fin. A mí no me ha sorprendido su retirada, cuando la victoria de sus propósitos resplandece y destaca, con luz propia, ante tanta mediocridad circundante. Erasmo de Rotterdam, estaría orgulloso de su ecuanimidad.

Enrique Suárez   

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