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martes, 18 de junio de 2013

El tiempo perdido



Albert Einstein descubrió que el tiempo era una variable relativa (y no una constante) y a partir de entonces cambiaron las ciencias y la vida de las personas de este planeta. Por aquel tiempo, el relativismo era un movimiento filosófico que triunfaba en el pensamiento occidental: la única verdad es que no hay verdad. 
Desde la ciencia y la filosofía se remitió un mismo mensaje, si nada es verdad, todo debe ser mentira. La evolución no se hizo esperar, los farsantes comenzaron su cruzada para apoderarse del planeta, pues si bien nadie puede atribuir a Einstein y los relativistas nada más que un ejercicio de ética, el relativismo ético era la puerta para todos los tipos de inmoralidad.


No es a la única amenaza a la que nos enfrentamos los seres humanos del siglo XXI, hay otros peligros que se ciernen sobre nuestras cabezas: el socialismo de todos los partidos denunciado por Hayek, que convierte a las organizaciones de poder en entidades inhumanas que sólo buscan su propia perpetuación y las de los miembros de su secta; los enemigos de la libertad que brotan por todas partes tratando de recobrar los dogmas totalitarios; la desinformación permanente, fruto de los sicarios de la divulgación de las falacias; la injusticia protagonizada por los magistrados contratados por el poder para enjugar sus pecados; el desprecio de las castas poderosas por la ley; el empobrecimiento organizado que dividirá a la humanidad en opresores y oprimidos; la depredación, en fin, de todo lo que nos hace humanos, para extraernos la productividad en cotas de expolio, por parte de todos los que viven de lo ajeno.


El panorama es desolador, no sólo para España, el país desde el que escribo, sino para el mundo en el que vivimos. Por primera vez se está produciendo una regresión en las condiciones de vida, las próximas generaciones vivirán peor que las anteriores, porque el reparto de la riqueza cada día está en menos manos. Hay una parte de la humanidad que estará condenada a la regresión en décadas o siglos, pero lo más importante es que no será en países remotos, sino en vecindarios próximos.


Hemos perdido el tiempo tratando de averiguar quién ha sido el responsable de lo acontecido, pero olvidándonos de la irresponsabilidad que se ha cometido, porque los intoxicadores que manejan los medios de comunicación y los jueces que mantienen a la casta en el poder se han conjurado para hacernos ver como casos aislados lo que es una corrupción generalizada e inextirpable, un auténtico cáncer social adherido al poder que impedirá que a partir de ahora este país y sus habitantes puedan levantar cabeza para liberarse del yugo que ya nos están imponiendo a todos. Sólo hay que pensar que en este país han desaparecido más de medio billón de euros de origen público y todavía no se sabe ni donde están los decimales.


No hace tanto tiempo que las batallas contra la tiranía se libraban con vidas y sangre, pero el mecanismo de opresión se ha perfeccionado, porque hoy no hace falta matar a nadie, sólo hay que dejarles que se mueran solos, y tampoco es necesario que se vea una gota de sangre en el escenario porque está mal visto tras el proceso de castración a que hemos sido sometidos los habitantes del planeta. Mejor extraerla poco a poco como en una ganadería para vampiros, mientras la gente disfruta de 40 canales de televisión, cientos de emisoras de radio y una conexión al mundo que sólo les sirve para hacer señales de que están vivos en un espacio virtual, mientras  nos vamos muriendo de no vivir en el espacio real. Hemos aceptado que nos muestren el paraíso de la comunicación global e inoperante, mientras nuestras vidas se van acostumbrando al infierno de la escasez de recursos para consumir y de oportunidades para producir. Cada vez somos más esclavos de nuestra propia incoherencia como seres humanos, porque cualquier animal lucha por escapar de las jaulas en las que tratan de introducirlos cuando los capturan, mientras que a los seres humanos del siglo XXI es imposible apartarlos más de una hora de vigilia de una pantalla de ordenador, móvil o televisión.


Tampoco sería necesario el esfuerzo de las castas de poder por recluir a los seres humanos, la mejor forma de encarcelar a alguien para toda la eternidad es convencerle de que lo que le conceden desde arriba le hace libre, ese mecanismo de sometimiento lleva funcionando desde los antiguos egipcios hasta ahora. Quizás algún día en el futuro lejano, las próximas generaciones descubran que todo lo que no te hace libre, te acaba sometiendo a los intereses de los que mandan, que la libertad tanto para cada uno, como para todos, sólo se le puede arrebatar a los que detentan el poder, porque de la ausencia de libertad de sus prójimos es, precisamente, de lo que viven, para poder ser libres ellos nada más.

Enrique Suárez

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