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miércoles, 7 de agosto de 2013

Acorralados



El Conde Duque de Olivares - Diego Velázquez 

"La huída no ha llevado a nadie a ningún sitio" Antoine de Saint-Exupéry

La política en España apesta a podredumbre, como cualquier tiranía que se precie a lo largo de la historia; el régimen corrupto que detenta el poder en este país no tiene, siquiera, donde esconderse. Nos hemos dormido en una farsa y hemos despertado en un fraude, los españoles del ojo avizor disfrutan de su magnífico elogio a la ceguera.

La pregunta que nos hacemos muchos españoles es si realmente cambiará algo en este escenario infecto de parásitos con sueldo del Estado, Autonomía o Ayuntamiento. Si habrá purga o impunidad, es una duda que nos acoge. 

Las alternativas se pueden resumir en dos, si los españoles seguimos tolerando depredadores como animales de poder, nos vamos a quedar con un palmo de libertad, equidad, justicia y democracia; si bien, al contrario, decidimos exigir respeto a quienes se anunciaron como servidores y se han convertido en nuevos amos, tendremos alguna esperanza de no regresar al siglo XVIII.

Sirva de reflexión, considerar que en bien poco se distingue la aristocracia nobiliaria de la época del Conde-Duque de Olivares, de la casta política de las épocas de Zapatero I y Rajoy I. Los mismos siervos, los mismos amos, ayer en nombre de la Corona, hoy en nombre de la Democracia coronada. 

Decía D. Pedro Calderón de la Barca, por voz del Alcalde de Zalamea: “Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios”. Los españoles nos hemos quedado sin alma, sin honor, sin Dios y sin dignidad, todo es del Estado, una vez más, ahora con un Jefe coronado, exactamente igual que entonces.

República de traiciones nos espera, sin César que lo remedie, porque nadie en este país tiene legitimación para representar a nadie, las urnas se han convertido en un pesebre para los amos y un yugo para los que nunca fueron ciudadanos, a pesar de haberse creído el cuento de la democracia impuesta por el poder. 

Acorralados viviremos todos, enfrentados en la eternidad de un ocaso perpetuo. Los políticos, en su mundo de privilegios; los ciudadanos, en su mundo de perjuicios. El dilema está servido, porque este pueblo no tiene ni fuerza, ni valor, ni unidad para derrocar el engendro fascista que detenta el poder, y los fascistas que detentan el poder seguirán viviendo magníficamente en él mientras nos complican la vida y nos detraen las plusvalías de la servidumbre. 

Acorralados, sí, y también condenados a un infierno merecido, donde se quemarán todas las esperanzas de los que alguna vez creyeron en la democracia y aceptaron tiranía legalizada como contexto de servidumbre, como mejor especie que la tiranía legal de la dictadura franquista.

No tenemos fuerzas ni para regresar a donde comenzaron los errores, ni para avanzar hacia donde se depuren, vivimos atrapados en el limbo de depredación de la casta, ese es nuestro destino, para que los afortunados con carnet político nos sigan contando que si estuvieran ellos (otra vez) las cosas irían bien o mejor, que con los que están ahora (otra vez). Acorralados en el más de lo mismo, como si el tiempo se hubiera congelado, para que nada cambiara en sus vidas, mientras todo se malogra en las nuestras.

Este régimen se morirá de viejo, como Franco, en la UCI del descrédito y la felonía, pero todavía nos quedan muchos años para el anhelado deceso. 

Mientras tanto, que se sigan forrando los de la casta a nuestra costa, no nos merecemos otra cosa que la behetría que nos han concedido desde arriba, aunque sea contándonos la película de Gibraltar español, otra vez, que ya se cae de puro anacronismo y estupidez.

Enrique Suárez
   

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