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lunes, 28 de julio de 2014

Anarquía civilizada y liberalismo responsable contra la casta expoliadora

El eje de poder está cambiando en España a marchas forzadas, las distintas representaciones políticas de los partidos atraviesan sus horas más bajas, en las pasadas elecciones europeas, tan solo un 42 % de los españoles con derecho a voto apoyaron alguna de ellas, el PSOE y el PP, perdieron más de cinco millones de votos entre ambas formaciones, algo más de un millón se fue a Podemos, el partido político novedad que ha atraído la atención de la opinión pública durante las últimas semanas.

Los cambios se han ido sucediendo como los tiempos en una partitura, primero la abdicación del Rey, más tarde la dimisión de Rubalcaba y el ascenso de Pedro Sánchez, y por último el reconocimiento de Jordi Pujol de que ha sido un estafador público, que evadió sus fondos a otros países. La corrupción ha seguido mostrándose en su esplendor durante este tiempo, afectado a las formaciones políticas que han acaparado más poder.

Sin embargo ninguna de las opciones que se ofrecen parecen recibir especial apoyo de la opinión pública española, cuando el 83 % de los españoles consideran que los partidos políticos son fuente de problemas más que de soluciones y los consideran el cuarto problema de este país.

La casa no se está enterando de que se ha acabado la prórroga, ni las buenas noticias económicas ofrecidas por el Gobierno, ni la renovación del principal partido de la oposición, ni el reconocimiento de los pecados económicos del nacionalismo catalán y los políticos del nacionalismo vasco, va a traer tranquilidad y devolver la confianza a los electores. Tampoco la opción de Podemos, con un 3,41 % de apoyos electorales y una gran campaña permanente en las redes sociales y los medios de comunicación va a cambiar el extremo desafecto que los ciudadanos de este país tienen por sus representantes políticos.

Creo que las opciones que más van a beneficiarse de lo que está aconteciendo en este país desde el despotismo democrático que ejercen los distintos partidos políticos sobre sus representados van a ser precisamente dos, que todavía no se han mostrado a la opinión pública española: el anarquismo y el liberalismo, ambas autóctonas de este país.

La confrontación que se avecina no será es entre las distintas opciones que se disputan el poder, sino entre las que defienden la libertad contra la opresión del poder representado en la casta. Las opciones abiertas que defienden al ser humano como prioridad, ante las opciones cerradas que defienden una doctrina y sus dogmas como prioridad. Las opciones que abogan por disminuir el poder del Estado, contra aquellas que tratan de mantener el poder del Estado en manos de los partidos políticos. Las opciones que obligan a la obediencia a los ciudadanos que consideran súbditos, contra aquellas que buscan la independencia y soberanía individual y colectiva del pueblo ante el poder.

El nuevo escenario que se presenta en la política española no es ya el de distribución transversal del poder de izquierda a derecha pasando por los nacionalismos, sino el de distribución sagital que intenta limitar la concentración de poder en pocas manos como un instrumento de opresión.

Este país necesita avanzar en su libertad, superando los lastres y las cadenas que se han impuesto desde los partidos políticos en los últimos 35 años de democracia de partidos, que no de democracia real. Una vez que la forma de oprimir, robar y corromperse de la izquierda, la derecha y los nacionalismos no se distinguen, es necesario que aparezca en el escenario político español alguna alternativa que se enfrente al momio feliz en el que viven los representantes políticos.

En mi opinión el próximo eje de atención para los ciudadanos de este país será el de la libertad y posiblemente el del sentido común en sus dos interpretaciones, como expresión racional básica y como objetivos compartidos por los ciudadanos. La democracia de masas y doctrinas antagónicas cerradas tiene alternativas. La gente está harta de maniqueismos y requiere soluciones, no impostaciones mesiánicas e histerias épicas. Estamos condenados a recobrar el pragmatismo y la defensa normalizada de la democracia, porque todo lo acontecido en este país es obra del despotismo, el oprobio y la desmesura de unos parásitos de la democracia que son los partidos políticos convencionales.

Sin duda en este escenario, tanto el anarquismo que defiende la búsqueda de una libertad igualitaria, como el liberalismo que defiende la búsqueda de una libertad diversa y natural, están llamadas a presentar batalla. La democracia, a pesar de que los que ejercen el dominio sobre nuestras vidas desde el poder hayan conseguido que lo olvidemos, no es otra cosa que una limitación de la acumulación de poder y una restricción de sus posibilidades de perpetuarse en el más de lo mismo.

Para que ambas opciones, anarquismo y liberalismo, puedan entrar en la escena política española sólo tienen que producirse dos fenómenos que acabarán aconteciendo en los próximos tiempos, por una parte la adaptación de las tesis anarquistas al siglo XXI en una opción civilizada y por otra la materialización del liberalismo en una opción política concreta, que representa la ética cívica y el respeto por la democracia. Se engañan aquellos que piensan que la solución a los problemas que tiene este país con su sistema político se resuelven desde dentro del poder, el poder ha sobrepasado todos los límites de la desmesura y no puede ofrecer más que problemas para tapar los problemas que ha creado. Las soluciones deben provenir de fuera del poder, de la libertad de los ciudadanos que han decidido representarse a sí mismos.

Cuando los que detentan el poder en las instituciones españolas han mostrado su incapacidad para resolver los problemas de los ciudadanos de este país, desde el parasitismo de las mismas en función de sus intereses, no es necesario acabar con las instituciones, sino con los usurpadores que las han ocupado y ocupan. El poder político no puede ser de ninguna forma  un agujero negro de la libertad.

Está claro, sin libertad no hay futuro, pero tampoco podemos permitir que haya futuro sin libertad. Los españoles somos un pueblo que puede dejarse gobernar 40 años por Franco y otros 40 años por los antifranquistas siempre que no sea demasiado perjudicado por las decisiones del poder, pero cuando realmente es sometido y doblegado de forma injusta e impune en nombre de la democracia y a su pesar, sin duda elegirá el camino que más le interese y beneficie, el de exigir responsabilidades y desde luego, derrocar esta casta del abuso de poder y si es posible, para que ninguna otra vuelva a implantarse sobre sus cabezas.

Enrique Suárez

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