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viernes, 17 de octubre de 2014

El linchamiento de la casta que viene




"Toda nación tiene derecho para fijar ciertas restricciones a la autoridad de los que gobiernan. Y ninguna con más razón que la española, víctima hasta ahora del despotismo y la tiranía" Agustín Argüelles

La representación política se ha convertido en el principal problema de este país, ni el paro, ni el ébola, ni el fútbol, ni la crisis son ya capaces de competir en titulares con la corrupción política y el fraude cometido por todos los que se arrogan la representación de los demás. Se han cruzado todas las líneas morales y legales que un pueblo puede soportar sin hacer nada, de lo que se deduce que una vez vencida la barrera de la vergüenza ajena que los españoles sentimos por quienes dicen representarnos sólo puede esperarse su definitivo desalojo de las instituciones que han usurpado con su impostura y detentación.

¿Cómo será el linchamiento de la casta?, es algo que nadie sabe, pero que todo el mundo espera. Hay demasiada gente con poder que se ha reído de quienes se lo concedieron, hay una extraordinaria mezquindad en no aceptar que desde los partidos políticos con acceso al poder se han cometido demasiados delitos para ser olvidados, aunque con el siguiente se trate de tapar el anterior. Un país con cinco millones de parados, con 600.000 millones de euros de deuda creada para que no se vea miseria, a costa de enviar a la miseria a varios millones no puede permanecer con los brazos cruzados.

La justicia trabaja con demasiada lentitud para la prisa que tenemos los españoles en quitarnos a toda esta patulea mezquina y avariciosa de encima, a estos enemigos de la democracia que han vulnerado leyes y principios para cometer los más execrables delitos gracias a su condición de representantes públicos.

Los antiguos griegos definieron en un concepto una de sus mayores afrentas a los demás: la hibrys, la desmesura de los poderosos. Némesis, la diosa de la venganza se representaba ante un Zeus que miraba hacia otro lado con las reivindicaciones del pueblo, ante las felonías despóticas de los mandatarios que habían incumplido leyes y habían profanado los recursos públicos en su interés.




 Los romanos condenaban a muerte o al destierro a los poderosos que se aprovechaban de sus privilegios, fueran emperadores, militares o senadores. En Francia la guillotina dejó el país sin cabezas aristocráticas y en Rusia, la revolución brindó adiós a los zares para dejar en su lugar un comité central. En España siempre se libraron los profanadores, pero no así aquellos que a ellos se enfrentaban. En todas las culturas, a lo largo de la historia, la desmesura de los poderosos es castigada por los desposeídos que han visto sus vidas malogradas para glorificar con bendiciones a los que detentan el poder.

Es hora de que la casta rinda cuentas y se deje de cuentos, no de que nos muestren quienes usaron tarjetas de crédito, sino de ver a todos los que han utilizado el poder conferido para aprovecharse y beneficiarse fuera de las instituciones, con una inhabilitación de por vida para que puedan volver a representar a nadie o poder manejar fondos públicos de forma directa e indirecta. 

El linchamiento ha comenzado, el ostracismo de los apestados está en marcha. La casta está rodeada por millones de ojos que esperan su rendición y renuncia a seguir imponiendo su desmesura, no hay demasiado tiempo para una rectificación definitiva, porque si esta no ocurre en los próximos meses, los españoles van a votar por todos aquellos partidos que nunca han estado en el poder, repudiando a todos lo que han abusado de su poder durante la última década.

Es hora de recordar que el hombre más poderoso de todos los tiempos en este planeta, Napoleón, dijo que sólo había un rival al que no se atrevería a oponerse: la opinión pública, y todos estos garrulos que han utilizado la representación pública para forrarse, no le llegan ni a la suela de la bota al corso, así que esperen el peor de los desprecios de los ciudadanos españoles, porque otra cosa no se merecen, antes de que se conviertan en olvido.

Enrique Suárez

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