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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dilemas democraticos: cuando la mayoría es sometida a la decisión de la minoría






Sobre la democracia se pueden decir muchas cosas, pero sin duda la regla de la mayoría debe ser insoslayable, la mayoría de electores tiene derecho a que se adopte la posición que defiende cuando hay varias alternativas de elección.

Entre las alternativas de elección hay una que es ninguna alternativa, aquellos que no acuden a las urnas la eligen, como en las pasadas elecciones europeas hicieron el 58 % de los electores posibles, o más recientemente, casi dos tercios de los catalanes convocados a la consulta por la independencia de Cataluña.

Sin embargo el poder sólo cuenta las decisiones que favorecen a su perpetuación descontando las demás, es decir, el latrocinio de la voluntad general de la mayoría que decide no apoyar a nadie en las urnas.

Si la democracia debe regirse por la decisión de la mayoría y la mayoría decide no apoyar a nadie en unas elecciones ¿cómo se puede considerar un resultado democrático y válido si no representa más que a una minoría que ha decidido participar en un juego rechazado por la mayoría?

Aristóteles y Polibio lo establecieron hace 2.000 años, oclocracia, cuando las muchedumbres apoyan a las tiranías, porque no se puede considerar representación de un pueblo a la porción minoritaria que acude a votar en las urnas. Aunque es legal gracias a los artificios de los partidos políticos, no puede considerarse democráticamente legítimo.

Otra cosa sería que los representantes elegidos en un parlamento fueran exclusivamente los que han recibido el apoyo directo de sus seguidores, en las últimas elecciones europeas, España elegía 54 candidatos, votaron a todos los partidos un 42 % de los electores, mientras que un 58 % no acudieron a votar, no implicándose en la representación teatral que se conceden los elegidos. Rigurosamente tendríamos que tener 23 representantes en el Parlamento Europeo y no 54 a los que pagamos todos los meses, por representar a quien no representan.

Es decir, 31 candidatos son ilegítimos, representan a sus partidos, pero no representan a los españoles que no les han votado. Esta inflación de poder debe concluir de inmediato si queremos que la democracia sea representativa, porque no puede aceptarse de ninguna forma que haya más representantes elegidos por los que no votamos a nadie, que por los que votaron a alguno. 

La mayoría puede ser silenciosa, pero no es idiota, no puede elegir aquello que resulta nocivo para su existencia. Sin embargo, la minoría ignorante puede alzar a cualquier tirano que niegue su estupidez y halague su espíritu cívico, ante la perplejidad de los demócratas que han decidido no apoyar un sistema que sólo ofrece farsantes y chorizos para regir su destino.

Enrique Suárez

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